Bienvenida la regularización
El autor elogia el proceso de normalización de los inmigrantes que ha comenzado este lunes. A su juicio, se impone la puesta en marcha de una política de aceptación e integración armónica de la inmigración de cara al futuro económico español
Por fin se abrió el plazo para proceder a la regularización de trabajadores inmigrantes en nuestro país. Durante tres meses, desde el 7 de febrero al 7 de mayo, los empleadores podrán solicitar la regularización de aquellos trabajadores con los que firmen un contrato de al menos seis meses y que cumplan una serie de requisitos.
Se ha habilitado un procedimiento especial para agilizar los trámites, toda vez que el sistema es bastante innovador en comparación con los usados en anteriores regularizaciones. El trabajo a realizar por nuestra Administración será intenso. Aunque nadie puede saber con exactitud el volumen de peticiones, casi todo el mundo coincide en que ascenderá a varios cientos de miles de contratos. Una cifra inmensa que pondrá a prueba la maquinaria administrativa dispuesta para ello. Quiero desearle, de corazón, el mayor de los éxitos en este procedimiento extraordinario, de especial importancia para nuestra economía y sociedad.
Como siempre, se oyen voces demagógicas asustando con las hordas que acudirán por el efecto llamada, intentando aterrar a la población con todas las plagas bíblicas habidas y por haber. El caso es vender el miedo al inmigrante, para cosechar votos vendiendo la seguridad frente a ellos. Pues bien, creo que somos muchos los que nos hemos felicitado por el procedimiento abierto. No tenía ningún sentido mantener la hipócrita actitud de saber que necesitamos (y que nos aprovechamos) de los cientos de miles de inmigrantes que viven con nosotros, y no quererles reconocer su documentación.
Si queremos mantener nuestro modelo económico y un razonable índice de crecimiento, necesitamos mano de obra inmigrante
Los agentes económicos y sociales suelen tener un fino sentido común, que los impulsa a acordar en los asuntos de interés general. Por eso acordaron con el Gobierno este proceso de regularización, que no es universal, sino específico, para los trabajadores que demuestren contrato de trabajo y un cierto arraigo.
Miles de empresarios están quejosos de la paradójica realidad que viven día a día. No encuentran trabajadores para muchas de sus faenas, y saben que existen muchos de ellos que estarían dispuestos a desarrollar una actividad laboral normalizada en ellos. Algunos de ellos tienen que recurrir, en última instancia, a indocumentados, lo que los pone en el grave riesgo de incurrir en delito penal. Todo un sinsentido que será paliado en algo por la presente regularización.
Por supuesto que deberán vigilarse todas las fuentes de fraude, provengan de donde provengan. Se debe ser especialmente duro con los que falsifiquen documentación o engañen con respecto a sus circunstancias específicas, así como de las redes de empresarios fraudulentos que vendan contratos de trabajo. Pero que el riesgo que siempre conlleva una compleja decisión como la de la regularización, no invalide la bondad global de ella.
Una vez expresado en estas líneas el apoyo al proceso de regularización, deberíamos insistir en algo obvio. Si no mejoramos nuestros sistemas de regulación de flujos migratorios, dentro de pocos años volveremos a precisar de una añadida, tal y como ha venido ocurriendo hasta ahora y que tantas voces han denunciado. Un porcentaje altísimo de nuestra población inmigrante ha sido regularizada. Es decir, que entró indocumentada en nuestro país para ser legalizada posteriormente, en alguna de las sucesivas regularizaciones. ¿Por qué? Pues porque no ha existido una vía legal de entrada. Durante años hemos lanzado el siguiente mensaje al mundo: 'En España es imposible entrar legalmente. Pero como hacen falta inmigrantes, entre en ella como pueda, que después, tarde o temprano, será legalizado'. Así ha funcionado el invento, para regocijo de las mafias, que han sido cebadas por nuestra cortedad de discurso y métodos.
Nos dijeron que nunca sobrepasaríamos los 40 millones de habitantes; ya somos 43 millones. Es posible que en pocos años lleguemos a los 45 millones. ¿Quién lo sabe? Si queremos mantener nuestro modelo económico y unos razonables índices de crecimiento y bienestar, necesitaremos de mano de obra inmigrante, nos guste o no. Si no queremos más inmigrantes, renunciemos voluntariamente al crecimiento económico. Si no queremos hacerlo, ordenemos razonablemente el fenómeno.
De vez en cuando oímos que 'no cabemos todos'. Lo decían cuando apenas habían 500.000 inmigrantes en nuestro país, y lo siguen voceando cuando ya son tres millones. ¿Cuántos inmigrantes puede albergar España? No lo sabemos. Pero lo decidiremos nosotros, con nuestro modelo de crecimiento. Lo más probable es que sigan creciendo. Por eso, una Ley General de Regulación e Integración de la Inmigración que sustituya a nuestra malhadada Ley de Extranjería sigue siendo necesaria e inteligente.