Relato de los excesos de la Bolsa
A principios de 2000, después de 32 años trabajando en una fábrica de Cleveland, Ohio, Ed Wolfe, tenía lo que para él era una pequeña fortuna de 320.000 dólares gracias a un ahorro invertido en un conservador fondo de pensiones. Pese a este cierto éxito con sus ahorros, Wolfe era financieramente un iletrado.
La de Wolfe es una de las historias con las que el periodista de Newsweek Charles Gasparino ilustra en Blood on the Street cómo muchos americanos de clase media, sin conocimientos financieros vieron en una eufórica Bolsa a finales de los noventa y 2000, la piedra filosofal para multiplicar sus ahorros y cómo la mayoría acabó con apenas la camisa que llevaba puesta. Wolfe confió sus ahorros a Merrill Lynch que le prometió una rentabilidad del 8%. Para cuando éste obrero se quiso dar cuenta apenas le quedaban 90.000 dólares.
En el libro, que Free Press acaba de publicar en EE UU, se insiste en que el problema no sólo fue que animados por la euforia muchos entraban en un territorio que no dominaban, sino que Wall Street se había convertido al calor de la Nueva Economía (internet y telecomunicaciones) en un centro de corrupción, arrogancia y avaricia cuyo objeto era la captación de clientes para la banca de inversión. El análisis riguroso con el que tener una guía para invertir en estos valores, no existía y los que se sintieron engañados tenían motivos para ello.
Gasparino explica cómo personas como Wolfe fueron presa de los cantos de sirena de los analistas y sus jefes en la banca de inversión. De acuerdo con este periodista, que desveló parte de la tramoya de este teatro en las páginas de The Wall Street Journal, analistas y banqueros influían en las subidas artificiales de las cotizaciones de las empresas de la llamada Nueva Economía para captar a estas compañías como clientes de su banca de inversión.
Gasparino, que ha conocido de cerca a los protagonistas de esta historia reciente, detalla como la llamada muralla china, que en teoría debe separar los departamentos de análisis y de inversión de la banca de Wall Street, no existía entonces. Es más, de acuerdo con este relato, analistas como Henry Blodget de Merrill Lynch, Mary Meeker de Morgan Stanley y Jack Grubman de Citigroup, en cuya evolución se centra dos tercios del libro, eran los artífices de los más rentables negocios de sus bancos. Gasparino asegura que Blodget pasaba el 85% de su tiempo con sus colegas de la banca de inversión a los que no debería ni haber conocido. El libro revela como entre estos analistas estrellas de Wall Street, los más citados en los periódicos y televisión, había celos no por la calidad de sus análisis sino por los negocios que conseguían para sus bancos.
El libro es crítico con ellos y también con sus jefes, por ponerles entre la espada y la pared (aunque ninguno pareció resistirse a la presión). Gasparino es particularmente duro con el jefe de Grubman, Sandy Weill (ya ex presidente de Citigroup), al que describe como un animador de Wall Street para su propio beneficio. Blood on the Street es una narración fluida en la que no se ahorran detalles de drogas, sexo, noches en vela, sueños rotos y broncas dignas del cine.
Spitzer, azote de los reguladores
La mayor parte del material del que se nutre documentalmente Blood on the Street proviene de los años en los que Charles Gasparino era reportero de The Wall Street Journal. Otra buen parte proviene de la investigación pública de Eliot Spitzer, fiscal general de Nueva York y la persona que finalmente reaccionó ante el escándalo.Spitzer, a quien el autor describe como 'el fiscal accidental', se atrevió a denunciar a la poderosa banca y presionó para que la SEC, la Bolsa de Nueva York y la Asociación de Corredores de Bolsa investigaran las corrupciones y se llevaran ante los tribunales.No hubo juicio porque todo se zanjó con un acuerdo extrajudicial que incluía una multa millonaria y el compromiso de la banca de levantar la perdida Muralla China. Spitzer es la primera figura del libro de la que Gasparino habla favorablemente, aunque también le dedica comentarios sarcásticos por su afán de publicidad. Gasparino explica que Spitzer no se plegó a la presión del ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, para que desistiera de su ataque contra Merrill Lynch pero también cómo multó a esta entidad con 100 millones por informes sesgados, en parte por que el editor del WSJ, Paul Steiger, dijo en broma que con una multa menor la historia no llegaría a la primera página del diario.El trato a Spitzer es casi excepcional. Gasparino critica duramente a los reguladores. Dick Grasso, ahora ex presidente de la Bolsa, no sale muy mal parado pero el resto, especialmente el ex presidente de la SEC, Arthur Levitt, se lleva la peor parte por mirar a otro lado.