La costa de los reyes
Los días son tibios y benignos, el sol calienta más de lo esperado. Atletas y ciclistas llenan las numerosas pistas dispuestas para ellos; todo está verde y brillante, y las flores amarillas cubren las cunetas con la misma obstinación con que las nieves se retuercen, en esos mismos instantes, por las durezas del interior peninsular. El litoral que ciñe a Lisboa es un paraíso doméstico que está ahí, al alcance de la mano. Las carreteras son excelentes, se puede llegar por autopista desde Madrid hasta prácticamente el Cabo da Rocha, que es el punto más occidental del continente europeo, el auténtico y verdadero finis terrae de los mitos antiguos.
En este verde edén, más que en otros lugares de Portugal, se aprecia el cambio asombroso que ha gozado este país en los últimos años. Comparar este litoral con la Costa Azul o la riviera italiana sería casi desdoro para esta auténtica costa de reyes que puso de moda, a finales del XIX, Luis I de Portugal, y que ha sido asilo de monarcas como Humberto de Italia, Carlos de Habsburgo, Carol de Rumanía o nuestro don Juan de Borbón; una estatua suya con su esposa doña Mercedes recibe en una rotonda a quienes llegan en coche a Estoril. Esta pequeña localidad de opacos muros y secretas mansiones, cuyo casino fue meta de tantos aficionados cuando el juego estaba prohibido en España, sigue conservando su ambiente un tanto hermético e inaccesible.
Todo lo contrario que Cascais, luminosa y abierta. Los pescadores se han adueñado de la playa -ya no se permite el baño en ella- y su trajín tiene algo de nostálgico. Sobre todo porque al lado, a espaldas de la ciudadela, se abre el magnífico puerto deportivo como reflejo de ese nuevo rostro de Portugal. Las humildes casas de comida de antaño se han convertido en relucientes y elegantes tabernas y pubs, un poco al estilo inglés. Los coches son también relucientes y nuevos, de ricos. La era dorada que se inició con los baños de ola y el remojo de testas coronadas parece haber alcanzado a las capas más populares.
A un paso de Cascais está la Boca do Inferno, un capricho labrado por la furia de las olas en el acantilado; hay un par de miradores y muchos mirones, como es lógico. El paraje queda dentro de un parque natural protegido; eso ha frenado un poco la construcción y permite la sorpresa de ver cómo las dunas vivas avanzan y cruzan impunemente la carretera. Las olas son considerables y los surfistas las aprovechan cuando no hay acantilados peligrosos, sino pequeñas calas o playas. El Guincho es la más popular, bien pertrechada de elegantes restaurantes y merenderos.
Internándose por las colinas boscosas que respaldan al salvaje Cabo da Rocha, se llega a Sintra, uno de los lugares más románticos de Portugal, declarada patrimonio de la humanidad. En Sintra Vila (el casco viejo, chico pero con sabor) todo gira en torno al Palacio Nacional, lugar de recreo de los monarcas portugueses desde el siglo XIV y auténtico laberinto de estilos; los conos blancos de sus gigantescas chimeneas dominan el bullicio de turistas que buscan un figón o compran souvenirs y queijadas típicas.
En lo alto vigila el Castelo dos Mouros; para ascender allí en coche, hay que atravesar un bosque espeso. La sorpresa salta poco antes de llegar, pues una bifurcación conduce a la entrada de otro castillo, el Palacio da Pena, una fantasía romántica que terminó de levantar el rey consorte Fernando de Sajonia, amante del arte y gran mecenas, justo el año de su muerte, 1885. Un decorado de ópera en vivos tonos rosas y amarillos, rodeado de un parque no menos fantasioso que sus interiores orientales.
El cercano palacio de Seteais, ahora hotel de lujo, y el palacete de Monserrate, cuyos jardines fueron inmortalizados por lord Byron en su Peregrinaje de Childe Harold, son buen preludio para alargar la excursión hasta el Palacio de Mafra, conjunto barroco que protagoniza la novela de José Saramago, Memorial del convento, o, de regreso a Lisboa, hasta el Palacio de Queluz, donde se puede hacer una auténtica colación de reyes.
Guía para el viajero
Cómo ir La autovía de Extremadura enlaza sin solución de continuidad con la portuguesa A 6 (de pago), la cual lleva hasta las proximidades de Palmela; allí se puede optar por la A 2, que lleva por el puente 25 de Julio hasta Estoril, Cascais y Sintra; o por la A 12 que a través del nuevo puente Vasco de Gama lleva a Sintra.Alojamiento En Estoril: Hotel Palacio do Estoril (rua do Parque, Parque Estoril), frente a la playa y los jardines del casino, es toda una tradición, con oscuras historias de espionaje durante la segunda guerra mundial; Hotel Atlántico (Estrada Marginal, 7) con vistas al mar, también con historias de espías en su pasado. En Chascáis: Hotel Fortaleza do Guincho (Estrada do Guincho) ambiente romántico del XIX con vistas al Atlántico y solo 27 habitaciones, algunas con cama bajo dosel. En Sintra: Hotel Palacio de Seteais (rua Barbosa du Bocage), monumento del XVIII rehabilitado en los años noventa, conservando el ambiente de época en sus 30 habitaciones.ComerCozinha Velha: comedor abierto en el Palacio nacional de Queluz, con el lujo que corresponde a su emplazamiento, pertenece a la red nacional de Pousadas y su cocina ha atraído a ilustres gourmets; unos 30 euros. Palacio de Seteais (hotel Palacio de Seteais) otro comedor de lujo con porcelana de Vista Alegre, alfombras de Arraiolos y vista a románticos jardines, unos 45 euros. Cervecería Portugalia (Marina de Cascais), con una ubicación privilegiada junto al puerto deportivo de Cascais, ofrece platos tradicionales a precios asequibles (unos 15 euros).