La solución de la vivienda en Madrid
Madrid tiene un problema de la vivienda, o para ser más exactos un problema con el acceso a la vivienda, que se ha convertido con la multiplicación de los precios en un bien imposible de adquirir para capas muy amplias de la población, con independencia de que exista un parque disponible de viviendas desocupadas de gran dimensión.
El problema de la vivienda sobrepasa la circunscripción de Madrid y afecta al conjunto del país, pero tiene incidencia más aguda en aquellas áreas donde la carestía alcanza mayores cotas y sigue una curva ascendente de apariencia imparable. Esa realidad, de la que dan cuenta el Instituto Nacional de Estadística y las encuestas de las sociedades de tasación, ha merecido graves y reiteradas advertencias por ejemplo del Banco de España, preocupado por la burbuja del ladrillo, y a su solución ha querido acudir el presidente del nuevo Gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, incorporando nada menos que un Ministerio de la Vivienda.
Hay una esquizofrenia observable según la cual, en los últimos años, en España se han construido más de la mitad del total de las viviendas nuevas de toda la Unión Europea, mientras los precios se han mostrado por completo resistentes a la ley de la oferta y la demanda y han proseguido su escalada sin fin. Algunos expertos buscaron explicación en el valor refugio del ladrillo tanto para el lavado de dinero como para quedar fuera de las vicisitudes de la Bolsa de valores en momentos de tribulación e incertidumbre.
En tiempos del Gobierno del Partido Popular, primero se negó la existencia del problema y por eso escuchamos al inolvidable ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, explicar que si las viviendas subían de precio era porque los españoles habían progresado económicamente tanto que podían comprarlas.
Luego Aznar anunció un paquete de medidas entre las que figuraba la declaración universal de todo suelo como urbanizable, salvo los protegidos legalmente de los parques naturales, convencido por su fe liberal de que la desregulación tendría efectos salvíficos. Por último, prefirió lavarse las manos, espolvorear las responsabilidades en este sector y endosárselas a las comunidades autónomas y ayuntamientos.
Ahora discuten los autores sobre la efectividad que pueda tener la creación del Ministerio de la Vivienda, aunque de momento su titular parece enredada en la esforzada tarea burocrática de ensamblar direcciones y organismos de diversa procedencia en una nueva unidad administrativa, y apenas ha tenido tiempo de proponer aquellas 'soluciones habitacionales' que tanto dieron que hablar, y de empeñarse en cambiar la forma en que se mide el incremento de los precios, los cuales, en cualquier caso, siguen campando por su cuenta o mejor por cuenta de los aspirantes a vivienda.
También quieren promoverse acciones públicas favorecedoras de un nuevo parque de viviendas en alquiler. Más aún cuando la vivienda en propiedad se ha convertido en causa de la inmovilidad a que se aferran los trabajadores, tan contraindicada en tiempos de las deslocalizaciones impulsadas por la globalización.
Pero el esfuerzo en esa dirección choca con una cultura nacida en los años sesenta que modificó la definición del español de a pie, de manera que en lugar de ser 'bajito, con bigote y siempre cabreado por el déficit de relaciones sexuales' pasó a ser el 'ciudadano que muere como propietario de un piso o habiendo empezado a pagar las letras de la hipoteca para adquirirlo'.
En estas estábamos cuando aparece Esperanza Aguirre en la presidencia de la Comunidad de Madrid y, fiel a sus principios liberales, se empeña en la búsqueda de soluciones imaginativas convocando a un grupo de expertos de primera categoría.
El equipo ha trabajado duro pero al final se han impuesto las tesis del más liberal de todos, Alberto Recarte, y su dictamen ha sido que para abaratar el mercado de la vivienda debe reducirse la oferta de pisos protegidos (véase el suplemento de Madrid de la edición del diario El País del 26 de enero), esos que se llaman también de precio tasado.
Preparémonos para que enseguida nos digan que para terminar con los huérfanos debemos empezar por acabar con los orfanatos y que sólo suprimiendo el seguro de paro desaparecerá el desempleo. El ¡Viva Recarte! es ya un clamor popular. Atentos.