Los enemigos de 'Don Quijote'
El amor universal a Don Quijote que unos proclaman y otros, con respetuoso silencio, también parecen compartir, es algo difícil de creer salvo que partamos de la base, a la que no faltaría fundamento, de que el libro no se ha leído o no ha sido suficientemente asimilado.
En efecto, resulta inverosímil que Don Quijote pueda despertar amores en quienes se comportan como curas, barberos o bachilleres, que hicieron lo imposible para que no llegara a existir; en quienes tienen como objetivo vital la ganancia de un dinero que don Quijote despreciaba; en los que ejercitan la mentira ante la que el caballero manchego reaccionaba con cólera inusitada o en tantos que vulneran cotidianamente muchos otros de los sagrados principios que presiden la vida del personaje cervantino y contribuyen a forjar un mundo muy similar a aquel al que tuvo que salir el caballero manchego para 'deshacer agravios, enderezar entuertos, enmendar sinrazones, mejorar abusos y satisfacer deudas', motivos que aduce en el capítulo 2.I de la novela para abandonar su casa y ejercer de caballero andante.
Pero los principales enemigos de Don Quijote no son aquellos que ven repudiados en la novela de Cervantes alguno de sus comportamientos cotidianos sino los que, más sutilmente, ven un peligro en la invencible ingenuidad del caballero manchego, en el extraordinario atractivo de una espiritualidad que se puede extender de forma peligrosa para sus intereses, en su capacidad integradora y en ese sentido de la vida que Dostoievski destacaba en su Diario de un escritor: 'No hay invención más profunda ni más vigorosa que ésta. De momento, es la última y la más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pudiera concebir jamás el hombre; y si se acabara el mundo y alguien preguntara a cualquier mortal: vamos a ver, ¿has interpretado el sentido de tu vida en la tierra y qué has sacado en limpio?, el interpelado podría limitarse a mostrar Don Quijote diciendo: He aquí mi conclusión de la vida. ¿Podéis condenarme por ella? No sostengo que tuviese razón al obrar así, pero '
Un ejemplo muy próximo, y ciertamente doloroso, de quienes seguramente adivinan un gran peligro en Don Quijote se puede encontrar en esos nacionalistas vascos que siguen reivindicando parecidos privilegios a aquellos que, como la exención de impuestos por el carácter de hidalguía, tanto debieron irritar a quien, como Miguel de Cervantes, se vio en la humillación de tener que certificar su 'pureza de sangre'.
Tan proclives al agravio, no entenderán, ni mucho menos serán capaces de perdonar, que Cervantes colocara a Don Sancho de Azpeitia (capítulo 8.I) en la poco nobiliaria profesión de criado y que Don Quijote dudara de su hidalguía y le dijera: 'Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura'.
Sin la grandeza espiritual que caracterizó el comentario que hizo de este episodio el también vasco don Miguel de Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho, Capítulo 9) muchos de los nacionalistas, como ya pasó con su portavoz Josu Erkoreka en el Debate del Estado de la Nación de 2001, harán torpes comentarios y, sobre todo, evitarán que la fuerza integradora de El Quijote pueda perturbar sus planes desintegradores, como bien supieron hacer con su escasa participación en el V Centenario del Descubrimiento de América, cuya celebración sólo podía haber sido para los vascos motivo de merecido orgullo.
A estos efectos, resulta de lo más esclarecedor que Unamuno, en el capítulo citado, aconseje a sus paisanos apearse de la burra, que por no ser vizcaína hizo perder la batalla a don Sancho de Azpeitia, y hacer circundar su espíritu, como el de Don Quijote, 'por los mundos todos, como circundó por primera vez el orbe la carabela de nuestro Sebastián Elcano, el fuerte hijo de Guetaria, hija de nuestro mar de Vizcaya'.
A lo largo del presente año, se va a asistir a múltiples, quizás demasiados, actos de homenaje a la publicación de la primera parte de El Quijote, pero, junto a ellos, van a existir silencios clamorosos. Será interesante estar tan pendientes de las palabras como de los silencios y extraer de ambos las consecuencias oportunas. Lo que también sería de desear es que las palabras no se limiten a resaltar la erudición de quienes las pronuncian sino que intenten, con la mayor elocuencia posible y como animaba a hacer el propio Unamuno, que el espíritu quijotesco resucite para que, a la cabeza de las gentes de bien, siga arremetiendo contra los muchos enemigos que aún sigue teniendo.