Expo 2008, el reto de la nueva cultura del agua
El inusual nivel de consenso político y ciudadano que ha desembocado en la adjudicación de la Expo 2008 a Zaragoza es esencial para desarrollar cualquier proyecto que valga la pena, según el autor, que explica el reto que supone haber elegido el agua como base de la muestra
La adjudicación de la Expo 2008 a Zaragoza en torno al tema Agua y Desarrollo Sostenible supone un reto ilusionante y arriesgado. Como siempre, organizar un evento de este tipo, abre un mundo de oportunidades para desarrollar la inteligencia colectiva, al tiempo que supone una plataforma de imagen para los poderes políticos e incluso representa una fuente de intereses especulativos, al calor de los fondos públicos. Según primen unos u otros factores e intereses, el resultado será bien distinto. Ejemplos no faltan en todos los sentidos. Barcelona supo, sin duda, aprovechar en 1992 las Olimpiadas para desarrollar un proyecto de reforma y desarrollo urbanístico interesante; más dudosa resultó la huella que dejó la Expo en Sevilla o el sabor agridulce del reciente Fórum de Barcelona
Zaragoza escogió bien el tema, el agua, y lo hizo en el momento oportuno, en la cresta del interés ciudadano sobre esta cuestión, en plena movilización contra la política trasvasista del anterior Gobierno. Eso ha permitido generar un inusual nivel de consenso político y ciudadano que hoy se traduce en ilusión colectiva; cuestión ésta esencial para desarrollar cualquier proyecto que valga la pena. Sin embargo, esa ilusión, tan difícil de conseguir hoy en día, puede frustrarse si el proyecto no consigue vertebrar una amplia participación ciudadana en torno a ideas transformadoras y realizaciones vivas que vayan más allá de los intereses inmobiliarios o del relumbrón político que siempre alimentan estos eventos.
Zaragoza ha asumido, no sólo ante España, sino ante Europa y ante el mundo, el reto de desarrollar en la Expo 2008 esa Nueva Cultura del Agua, que inspiró las manifestaciones que sacaron a la calle a más de un millón de personas a principios de esta década. Una cultura que no es sino la cultura de la sostenibilidad, en este caso, en materia de gestión de aguas.
El hecho de que la Unión Europea se encuentre inmersa en pleno proceso de implantación de la Directiva Marco de Aguas, en clara sintonía con los principios de esa Nueva Cultura del Agua, coloca a Zaragoza, a la Cuenca del Ebro y a la Expo 2008, como referencias obligadas de ese nuevo modelo de gestión de aguas que hoy promueve Europa.
Un nuevo modelo que exige entender los ríos como ecosistemas vivos y no como simples canales de H2O, asumiendo su recuperación ecológica y el uso sostenible de los acuíferos como objetivo central. Un nuevo modelo que exige superar las viejas estrategias 'de oferta', basadas en el tradicional hormigón subvencionado (grandes presas y trasvases), para pasar a las modernas estrategias de gestión de la demanda y de conservación de ríos y acuíferos. Un nuevo modelo que reconoce las funciones básicas del agua como sostén de la vida, tanto en lo que se refiere a los seres humanos como al resto de seres vivos en la naturaleza, así como sus funciones de salud y cohesión social en lo que se refiere a los servicios urbanos de aguas, por encima de los intereses productivos y de mercado que se puedan suscitar. Un modelo, en suma, cargado de valores éticos y presidido por los principios de equidad social y sostenibilidad.
Pero ese modelo exige también implantar nuevos criterios de racionalidad económica en la gestión de los caudales que dedicamos a actividades económicas: lo que podríamos llamar aguas-negocio, que hoy suponen más del 60% de los caudales usados. Se trata de acabar con la irresponsabilidad generalizada que suscita el principio de que paga el Rey, pasando a asumir el principio de recuperación de costes.
Sin duda todos tenemos derecho a tratar de vivir mejor desde nuestro esfuerzo, a través de las correspondientes actividades productivas; pero tal derecho no puede presentarse como un derecho humano o ciudadano que justifique la sistemática subvención pública de esas actividades.
Incluso en la gestión de los servicios urbanos de agua, que sustancian irrenunciables derechos ciudadanos de equidad y cohesión social, deben asumirse sistemas tarifarios progresivos (partiendo de un primer tramo de 30 o 40 litros por persona y día, que podría incluso ser prácticamente gratuito, como derecho humano) que permitan cubrir los costes globales, no sólo del abastecimiento y del saneamiento de los retornos, sino de la conservación y modernización de las redes urbanas.
Pero, sobre todo, este nuevo modelo de gestión que exige la Nueva Cultura del Agua debe ser profundamente participativo. Estos retos de equidad y sostenibilidad pasan por regenerar nuestras instituciones y la gestión pública de nuestros ríos desde la participación ciudadana.
Zaragoza se enfrenta por todo ello a un conjunto de retos apasionantes, pero nada sencillos. Asumirlos exigirá organizar la ilusión ciudadana existente hoy en torno a principios éticos y ambientales, concretados en proyectos que materialicen ejemplos de excelencia en materia de gestión de aguas.