Una apelación al realismo sobre Gibraltar
La reunión, por primera vez, de representantes del Reino Unido, de España y de Gibraltar, y los demás pasos dados para tratar cuestiones que interesan las tres partes, como la creación del Foro de Diálogo anunciada ayer, deben ser recibidos como una actuación positiva y realista de nuestro Gobierno que, superando el cúmulo de tópicos y malentendidos en torno a Gibraltar, parece decidido a encarar el asunto desde una premisa democráticamente irreprochable: en los comienzos del siglo XXI no se puede hablar del porvenir de un pueblo, por pequeño que éste sea, sin contar con la opinión de los ciudadanos de ese pueblo. Si a ello unimos lo que de verdad interesa a una zona de España, el Campo de Gibraltar, muy necesitada de infraestructuras y de desarrollo económico y social, será fácil convenir que el buen entendimiento y comunicación con Gibraltar sólo puede traducirse en mejoras económicas tangibles, caso de las comunicaciones y el turismo, y progresos culturales eficaces para españoles y gibraltareños.
Conviene recordar que la situación de Gibraltar es consecuencia de una guerra dinástica a principios del XVIII, cuando se enfrentaron por el trono de España los partidarios de la Casa de Austria, apoyados por Inglaterra, y los de la Casa de Borbón, apoyados por la Francia de Luis XIV. La guerra se saldó a favor de los Borbones, que accedieron a la Corona de España con candidato Felipe V, quien con la firma del Tratado de Utrecht en 1713, legitimó la presencia británica en Gibraltar.
Desde entonces Gibraltar ha sido una pieza capital del Reino Unido, sobre todo desde el punto de vista militar. Los gibraltareños han dispuesto por ello de facilidades y apoyos para convertir a su ciudad en un enclave próspero y en un puerto turístico y comercial de primer orden en la entrada de la Bahía de Algeciras. El crecimiento paralelo del puerto de Algeciras, que ha desplazado la tradición de que gozaba Cádiz como primer puerto del sur, hace patente la necesidad de aunar los esfuerzos en el conjunto de la Bahía para promover el desarrollo ordenado y enérgico de una región que, todavía hoy, sigue estrangulada por un sistema de comunicaciones casi tercermundista que nuestros poderes públicos, Gobierno y Junta de Andalucía, han gestionado deficientemente.
Puede, por buscar alguna explicación a esa incuria, que la falta de atención al Campo de Gibraltar haya obedecido a la permanencia de ese territorio británico, que era preferible bien ignorar bien envolver en retóricas, para eludir la ignominia del origen de la presencia británica. El clímax de todo ello se produjo en 1969 cuando el Gobierno de Franco levantó la verja que rompió toda comunicación con Gibraltar y yuguló el entramado de relaciones personales, económicas y culturales existentes con el Campo de Gibraltar. Se desvaneció así una política de entendimiento mutuo que, posiblemente, hubiera sido mucho más positiva para los habitantes de la zona, que al fin y al cabo son los que importan.
La llegada del PSOE al Gobierno en 1982 supuso el primer intento de recuperar la comunicación: se suprimió la verja, aunque se mantuvieron las restricciones de paso, aun después de nuestro ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea. Sin embargo, aquel intento de restaurar la normalidad no se vio acompañado de políticas públicas en el Campo de Gibraltar, lo que contrastaba agudamente con lo sucedido en la ciudad de Gibraltar, que tenía su propio modelo de crecimiento comercial y turístico. Durante la etapa de Gobierno del PP se crearon grandes expectativas sobre el porvenir de Gibraltar, que los hechos han convertido en agua de borrajas. Y es que probablemente sea el momento de bajar del limbo de la retórica, utilizando la soberanía cuando conviene, para encarar una realidad que viene muy de lejos y que requiere la opinión y el buen hacer de todas las partes.
La iniciativa del Gobierno será bienvenida si se ve acompañada de algo que está en las manos del propio Gobierno y de la Comunidad Autónoma de Andalucía, gobernada por el PSOE desde hace casi 25 años: poner en práctica en el Campo de Gibraltar políticas de desarrollo económico y de mejora de comunicaciones para atenuar los desequilibrios con los vecinos británicos del mismo. Lo demás vendrá por añadidura.