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Tribuna
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Elogio de la estulticia informática

Carlos Jiménez critica una creciente obsolescencia en la tecnología que dificulta su amortización y uso

El señuelo de la evolución informática ha sido siempre el afán por conseguir ordenadores cada vez más capaces, flexibles, rápidos, versátiles... inteligentes. Aunque los primeros computadores nacieron destinados a ejecutar operaciones repetitivas y metódicas, la idea de la Inteligencia Artificial empezó a desarrollarse de forma paralela y a su sombra, aunque sus promesas han quedado lejos de cumplirse.

Cabe preguntarse si realmente son deseables ordenadores inteligentes, emuladores de nuestra propia capacidad mental. La realidad es que, desde el punto de vista de la empresa, la mayor parte de los equipos van sobrados de espacio, capacidad de almacenamiento y de opciones de dudoso interés profesional. El 95% de las necesidades laborales vienen cubiertas por un puñado de programas, como Word, Excel, PowerPoint... que no precisan ni la rapidez ni la capacidad de memoria de los equipos. La profusión de programas de carácter más ocioso que productivo, como los dedicados a bajarse y editar música o películas, los de consulta de prensa, los de juegos o los de escuchar la radio, ocupan buena parte de esa capacidad y son la excusa para una constante superación de las cotas de rendimiento.

En un diálogo que resulta estéril para los usuarios, los empresarios de hardware y los de software imponen su ley de renovación acelerada y continua de equipos y aplicaciones. Los técnicos en microelectrónica consiguen mejorar las prestaciones de los equipos al ritmo predicho por la ley de Moore, que afirma que cada 18 meses se duplica la densidad de transistores en un chip (la de almacenamiento en la memoria de los discos duros incluso ha sido mayor durante varios años, llegando a duplicarse cada 12 meses), dando así suficiencia a las crecientes demandas de las aplicaciones. Pero los programadores no les van a la zaga, y aprovechan las mejoras para generar programas más complejos, lo que exige a los diseñadores de hardware un nuevo esfuerzo para dar 'servicio' a las nuevas demandas.

La empresa demanda un ordenador tonto capaz de ejecutar tareas básicas

El resultado es que el usuario necesita actualizar sus equipos a pesar de que, habitualmente, lo que tenía le servía. Para rentabilizar la inversión informática sería necesario reducir este ritmo, crear un marco de estabilidad en el que la adquisición de un equipo garantizase no quedar obsoleto de inmediato, que dicha inversión permitiera una amortización más reposada y que no se obligue a los empleados a un continuo reciclaje para 'estar al día', lo que supone pérdidas de tiempo e inversiones continuas en formación.

Frente al ordenador cada vez más inteligente, la empresa demanda un ordenador tonto, capaz de ejecutar las tareas que se precisan de él y hacerlo de forma rápida y segura, sin necesidad de renovar equipos cada poco y con la posibilidad de blindarse frente a las crecientes amenazas a la seguridad informática.

Erasmo escribió su 'Encomio de la estulticia' (mal traducido habitualmente como 'Elogio de la locura') como una severa crítica a la estupidez de su época. En realidad, cada época merecería un tratado semejante, porque todas ellas han sido más o menos víctimas del éxito de los ineptos y los necios, y la tontería ha encontrado siempre la forma de abrirse paso hacia el reconocimiento. Hoy cabría señalar los resquicios por los que sigue colándose, pero mi particular encomio de la estulticia informática no es una ironía sino la reivindicación de la necesidad de adaptar el ordenador al usuario y no al revés, que en la simplicidad de uso reside con frecuencia la clave del rendimiento y que los magnates del software harían mejor preocupándose por facilitar esta adaptación que por desarrollar sofisticadas posibilidades de dudosa rentabilidad para el 95% de los empresarios, que son su principal mercado. Hoy, la elección del ordenador tonto es la opción más inteligente.

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