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Tribuna
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El problema de la economía china

El fuerte crecimiento de China está produciendo importantes efectos sobre la economía internacional que analiza la autora. En su opinión, el verdadero problema de la economía china no es su sobrecalentamiento ni su inflación, sino las distorsiones de los precios y la falta de información

A pesar de las reiteradas presiones políticas, principalmente del G-7, acerca de apreciar su moneda, para las autoridades chinas no existen razones de peso. Más bien al contrario, disponen de cuatro argumentos para evitar su apreciación.

l Las restricciones a los chinos para viajar a los países avanzados limitan seriamente sus posibilidades de inversión y de gasto. Las empresas chinas no pueden vender directamente sus productos al consumidor final fuera de sus fronteras, ni obtener la tecnología punta necesaria para seguir siendo competitivas; tampoco pueden invertir su exceso de capital en mercados de otros países. Si flotasen su moneda, habría una demanda masiva de renminbis para comprar e invertir en China, mientras que los chinos no podrían comprar divisas para gastar en el extranjero.

Los Gobiernos locales y las empresas públicas no tienen en cuenta el coste de capital, y hay riesgo de que continúen las inversiones despilfa-rradoras

l Los tipos de interés prefijados de las hipotecas y la falta de sistemas de préstamos individuales reducen la capacidad de control de la inflación y el crédito de sus autoridades. La elevada demanda de acero y otras commodities en años recientes ha sido debida a las ingentes obras de construcción civil e infraestructuras públicas. La burbuja inmobiliaria, así como adquisiciones ilegales de terreno, han creado un fantasma inflacionario, obstáculo real para el desarrollo de sectores ajenos al inmobiliario. Para hacer asequible la vivienda particular, el Gobierno chino ha impulsado intereses hipotecarios prefijados por los bureaus regionales. Los constructores han obtenido préstamos que duplicaban las necesidades reales de financiación de sus obras para poder pagar los precios hinchados del terreno. Ahora mismo, si China aumentase más los tipos de interés (los acaban de subir un cuarto de punto después de nueve años), numerosas personas no podrían pagar los importes de sus hipotecas, y los promotores supondrían impagados en los balances de las entidades financieras.

l La elevada tasa de impuestos sobre los ingresos ha creado una zona de beneficios cuasinulos para la industria exportadora, que puede fácilmente mover sus fabricas a otros países, cuando los costes laborares o la moneda china (el renminbi) sean más altos. El IVA en China sigue siendo elevado, además de impuestos a la importación y otras restricciones en forma de cupos. Las multinacionales compran desde sus fábricas chinas a lo que consideran un precio justo, suficiente para cubrir costes, y todos los beneficios los asignan a las empresas de distribución, en países con régimen impositivo más bajo.

l La brecha en los ingresos existente entre la población rural (estimada en el entorno del 65%, 900 millones de personas) y la urbana (alrededor de 500 millones) se ha disparado hasta la proporción de uno a cuatro, con una media de ingresos para los primeros de 230 dólares anuales.

Con la no flotación de su moneda, China está, básicamente, pidiendo a las empresas extranjeras que usen divisas para pagar a su mano de obra. Por esta misma razón, China es el primer receptor mundial de inversiones.

Si China flotase su moneda, las inversiones extranjeras comprarían renminbis para establecerse allí, lo cual crearía una ingente demanda de moneda local, apreciándola. La mano de obra china se consideraría más cara, y las fábricas dejarían China, eligiendo otros destinos más baratos.

Para el Gobierno chino, si no se resuelven o se controlan las cuatro circunstancias antes descritas, siendo la más acuciante la de reducir la brecha de ingresos entre su ingente población, la moneda china va a seguir aislada. Gran paradoja en la principal receptora mundial de inversión extranjera directa, a pesar de que pertenezca a la OMC.

La reciente subida de tipos de interés puede ser interpretada de varias maneras: las autoridades dan la bienvenida a una política monetaria más preocupada por el mercado, o bien, los tipos de interés ayudarán a enfriar su economía. La subida ha sido testimonial, pero desde Occidente es un síntoma de cambio de tendencia.

El año pasado el Gobierno chino ya tomó otras medidas administrativas para atemperar su economía; controlar la cantidad de crédito en circulación, más que su precio. Los préstamos y las importaciones se han reducido, pero las inversiones siguen a todo gas. El verdadero problema chino no es ni su sobrecalentamiento ni su inflación (el IPC sin alimentos es del 1%) sino las distorsiones de precios y la ausencia de información. Mantener artificialmente bajos los tipos de interés supone que se asignen mal las inversiones, sobredemandando y creando cuellos de botella sin criterios de eficiencia.

Los tipos de interés reales en China están cercanos a cero, demasiado bajos para una economía que crece a tasas anuales del 9%. Las empresas disfrutan de un coste del capital real negativo; además de producir sobreinversión, los costes de préstamos artificialmente bajos han inflado una burbuja inmobiliaria en algunas regiones. La subida de tipos de interés puede ser un toque de atención para los especuladores de terreno.

Sin embargo, los tipos de interés no son un arma neutra para el Gobierno chino, ya que las inversiones de los Gobiernos locales y de las empresas públicas no tienen en cuenta el coste del capital, al no preocuparse por los beneficios, de manera que existe el riesgo de que las inversiones despilfarradoras continúen, y los tipos de interés afecten, principalmente, a las vulnerables empresas privadas, las mismas que ya estaban teniendo crecientes dificultades para obtener créditos por las medidas restrictivas articuladas en 2004.

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