Una Comisión Europea pactada
La formación de la nueva Comisión Europea, presidida por José Manuel Durão Barroso, obtuvo ayer por fin el respaldo mayoritario del Parlamento Europeo. No se lo han puesto fácil los europarlamentarios al antiguo primer ministro portugués, que el pasado octubre vio cómo su carrera hacia la presidencia se topaba con objeciones infraqueables a su reparto de carteras. Su empecinamiento en mantener al frente de Justicia, Libertades y Seguridad al ultraconservador italiano Rocco Buttiglione le puso al borde de rechazo definitivo por la Eurocámara.
El Parlamento Europeo hizo valer su amenaza de veto a la Comisión Barroso, ganando con ello varios enteros ante una ciudadanía que adolece desde hace tiempo de un exceso de apatía europeísta. Con su plantón, los eurodiputados han recordado a los ciudadanos que tiene un sentido acudir a las urnas para elegir a los representantes que se sientan en el cónclave de Estrasburgo. Y ello podría dar un empujón a las cifras de participación ciudadana en las próximas consultas sobre la Constitución Europea.
Barroso se ha visto forzado a recomponer el equipo para lograr el voto del Europarlamento. Con lo cual esta Comisión es mucho más democrática que la propuesta inicialmente. Tres cambios (incluida la sustitución de Buttiglione por el hasta ahora ministro italiano de Exteriores, Franco Frattini) le han bastado para ganarse el apoyo del 68% de los votos, un respaldo similar al que obtuvo su predecesor, Romano Prodi. Pero la nueva Comisión todavía lleva incorporada una peligrosa espoleta en la dirección general de Competencia, a cuyo frente está una comisaria con importantes conflictos de intereses.
El portugués preside el primer Ejecutivo de la Unión Europea ampliada y deberá ganarse la confianza de los países más poblados sin herir la sensibilidad de los pequeños. Sin ese difícil equilibrio, la Comisión continuará perdiendo fuerza e influencia, una merma que se inició tras los brillantes mandatos de Jacques Delors (1985-1995). Confiemos en que no ocurra.