El nuevo mito de la productividad
El modelo de crecimiento implantado después del ingreso en la Unión Monetaria: política activa de corte keynesiano, de aumento de la inversión sin afectar al déficit público, y de aumento del consumo de la familia, a través de rebajas en el IRPF, ha funcionado excelentemente. Pero no es sostenible en el tiempo aunque no debe eliminarse lo que de bueno ha tenido para la generación de empleo, objetivo que aún debe ser prioritario.
Sin embargo, el crecimiento no puede basarse exclusivamente en la demanda interna, ya que estamos en un área abierta, la Unión Europea, sin barreras y fuertemente competitiva. Es necesario corregir el desequilibrio exterior a través de un aumento de la productividad, que haga más competitiva nuestra producción de bienes y de servicios.
La productividad pone de manifiesto la eficiencia en el uso de los factores de producción, tanto de capital humano como de capital tecnológico y de capital físico. A medida que esta eficiencia es mayor los costes unitarios de producción serán menores, lo que da lugar a un aumento de la productividad y, por tanto, de la competitividad internacional.
No pueden ir por un lado las necesidades de las empresas y por otro el sistema de formación. Es de todos conocida la ineficiencia de esta política pública
La educación y la formación profesional son factores constitutivos del capital humano; la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i), así como las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento (TIC), se consideran como factores que integran el capital tecnológico; por último, las infraestructuras constituyen el bloque del capital físico.
Varios ministros del Gobierno han expuesto que, dependiendo el crecimiento de la productividad de dotaciones en capital humano, tecnológico y físico, la solución es sencilla: aumentar el gasto público en tales sectores. Nadie se pregunta si lo que hoy invertimos en tales factores funciona eficientemente, y sólo en caso de contestación afirmativa sería cuando podría plantearse el aumento de sus dotaciones.
Cuando llegó el nuevo Gobierno se habló de constituir en el Congreso un órgano técnico de evaluación de políticas públicas, que emitiera informes periódicos sobre la equidad y eficiencia de las políticas públicas. Parece que el asunto ha quedado ya olvidado, se elige siempre el camino más fácil, el de más gasto y no el de una gestión eficiente. Pero más gasto, sobre un gasto ineficiente, acumula ineficiencias que cada vez serán más difíciles de corregir.
En el Presupuesto para 2005 las dotaciones para educación han aumentado ciertamente, pero no se han tomado acciones para mejorar la eficiencia de nuestro gasto educativo. En cuantas evaluaciones se han hecho de nuestro sistema educativo nos encontramos siempre al final de la tabla. Si la productividad es el espejo de la eficiencia en el uso de los factores de producción, por qué no hacernos a la Universidad más eficiente, introduciendo criterios de mercado y competencia entre las mismas.
En cuanto a la formación profesional, la reforma tendría que ir por integrarla en la empresa. No pueden ir por un lado las necesidades de las empresas y por otro el sistema de formación. Es de todos conocida la falta de eficiencia de esta política pública, que además recibe una fuerte ayuda comunitaria. No se sabe cuántos estudiantes de los que hacen los cursos se colocan y cuánto tiempo tardan en conseguir un puesto de trabajo, distinguiendo por profesiones. No hay un seguimiento de la eficiencia de esta política pública y, que yo conozca, el nuevo Gobierno no ha hecho nada en tal sentido. Y esta política bien instrumentada puede tener una alta incidencia sobre la productividad.
Para 2005 el Presupuesto ha aumentado las dotaciones para I+D+i, principalmente en el sector de defensa. A pesar de ello España sólo gasta la mitad de la media europea y la participación del sector privado en el conjunto del gasto es también menor que en la Unión Europea.
Vuelvo a insistir en lo mismo, el problema no se resuelve sólo con un mayor gasto, sino con eficiencia en la gestión. No existen indicadores que muestren el número de inventos patentados, el enlace entre la investigación militar y sus aplicaciones en el campo empresarial.
En cuanto a las tecnologías de la información y el conocimiento, se han revelado como un factor fundamental para el crecimiento de la productividad. En esta campo son las propias empresas las llamadas a introducir esta nueva tecnología, si bien el poder público debe tomar acciones en su apoyo.
Respecto a las infraestructuras, el Presupuesto 2005 ha aumentado sus dotaciones, si bien prácticamente han quedado paralizadas las concesiones de autopistas, en las que el usuario paga por su utilización y no incide en la estabilidad presupuestaria. Disponiendo ya España de una red de autovías relativamente aceptable, no parece muy acertada la decisión de paralizar las concesiones de autopistas.
La reforma del mercado de trabajo, que aparece en todos los informes de la Comisión Europea y en la Agenda de Lisboa, podría constituirse en el instrumento que hiciera compatible un incremento de la productividad con un ritmo elevado de generación de puestos de trabajo.
El objetivo de la misma debería ser doble: acabar con la dualidad existente de fuerte tasa de trabajadores temporales junto a trabajadores fijos, que sólo pueden ser expulsados del mercado de trabajo con fuertes indemnizaciones, y que la negociación de los convenios laborales se efectúe a nivel de empresa, fijándose los salarios de acuerdo con la productividad.
Cambiar la mentalidad en cuanto a la importancia que debe atribuirse a la productividad, tanto en la actuación del sector empresarial como en la del sector público, no va a ser cosa fácil. Esto no se consigue por Decreto, sino con perseverancia y bien hacer. Y no olvidando que, sin estabilidad económica y presupuestaria, no se conseguirá aumentar la productividad.