Después de Arafat, la cuestión palestina
Como sucede con los poderosos, Yaser Arafat sólo ha podido morir cuando han coincidido el deterioro de las realidades médicas con la puesta a salvo de las necesidades políticas. Así sucedió con los presidentes John Kennedy y George Pompidou, con Stalin o con Francisco Franco. Y así sucederá también a quienes sigan muriendo en el ejercicio del poder, con las botas puestas, entre los que sólo me atrevo a pronosticar como probable que se encontrará en su día el cubano Fidel Castro.
Hay un primer momento en el que la familia querría conservar el control pero enseguida lo pierde. En cada caso y conforme a las dificultades e incertidumbres atisbadas, los servicios de inteligencia del país correspondiente acostumbran a diseñar un plan que garantice las pompas fúnebres del poderoso saliente y la entronización de quien o quienes hayan de relevarle. Aquí, en noviembre de 1975, vivimos la 'operación Lucero' que culminó con la proclamación de don Juan Carlos como Rey y estos días en Palestina se encuentran en plena 'operación new page'.
Para cuantos, como el primer ministro israelí, Ariel Sharon, o el reelegido presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se empeñaron en hacer de Arafat la más negra de las pinturas y quisieron convertirle en origen y fin exclusivo de todos los problemas israelo-palestinos, llega el momento de darse de bruces con la permanencia de otras realidades. Porque, cómo advertía en unas recientes declaraciones el que fuera varias veces ministro israelí, Shlomo Ben Amí, después de Arafat ha vuelto a divisarse con toda su fuerza la irresuelta cuestión palestina.
La muerte del 'rais' podría favorecer de rebote la entrada en acción de la UE en aquella área, sobrecargada de historia y de odios
Terminada la vida del rais, concluidas las penosidades de tan prolongado encierro en la Mukata, privado de luz, agua, alcantarillado y comunicaciones, los antagonismos sembrados y cultivados con tanto ahínco parecerían abocados a seguir dejando un rastro sangriento. Pero el cambio en ese vértice podría también abrir posibilidades dignas de explorarse con inteligencia, porque en esta cuestión palestina nos estamos jugando la baza más decisiva.
Se sabe que la Casa Blanca quiso celebrar hace días una sesión con los embajadores en Washington de Holanda, Francia, Alemania, Gran Bretaña e Italia para imaginar las consecuencias esperables de la desaparición de Yaser Arafat, y ofrecer la impresión de que existe un nuevo espíritu de diálogo euroatlántico. Después del desastre de Irak, Bush necesita de modo perentorio convencer a las opiniones públicas de los países árabes de que sus propuestas sobre la libertad y la democracia son serias y de que su guerra fracasada estaba llena de los más altos anhelos.
Pero para Bush el margen disponible en este segundo mandato es muy reducido, habida cuenta de que sus propios fanáticos de cabecera andan ya en el terco compromiso de pleno consentimiento a cualquier medida del insaciable Sharon, encelados con el problema nuclear de Irán y rumiando la respuesta a la amenaza norcoreana. Súmese que tienen 135.000 soldados desplegados en Irak y otros 15.000 más en Afganistán, que se pueden ver obligados a restablecer la conscripción obligatoria y que se han instalado en un déficit presupuestario que supera los 450.000 millones de dólares.
La victoria de Bush es una victoria sin alas. Tendrá que hacer una toma de realidad y concertarse con los aliados europeos. De modo que de rebote la muerte de Arafat podría favorecer la entrada en acción de la Unión Europea en esta área sobrecargada de historia y de odios.
Todo indica que la Unión Europea podría ofrecer garantías equilibradas a los dos contendientes después de tantos años de haber demostrado su voluntad de ayudar a la reconstrucción económica. Además ahora la Fuerza de Reacción Rápida podría desplegarse en sustitución del ejército israelí. Atentos.