_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El difícil reto de la productividad

El Gobierno ha colocado el crecimiento de la productividad como prioridad fundamental de su política económica. Según el autor, es un acierto, pero considera necesario un diálogo multilateral sobre este campo que lo haga objeto del interés de las empresas

El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha colocado como prioridad fundamental en el área de su política económica el crecimiento de la productividad general de nuestra economía en los próximos años. Y ha hecho bien. No sólo a la vista del mediocre desempeño de esa variable a lo largo de los últimos ocho años, sino también considerando un futuro ampliamente globalizado, donde la competitividad de nuestra producción de bienes y servicios sólo podrá mejorar sobre la base de incrementos de la productividad de su elaboración y en la calidad que ofrezcan. El enorme desarrollo de la capacidad productiva en China y la India, añadida a la de otros países asiáticos hoy ya muy competitivos, y la tendencia creciente a la deslocalización a nivel mundial proyectan un panorama inquietante para países como España, a medio camino entre costes que ya no son baratos y una excelencia productiva que todavía no se ha alcanzado.

Pero ciertamente, diagnosticar el problema es mucho más fácil que ponerle solución. En primer lugar deberíamos conocer mejor la situación de España en este terreno. Es cierto que con el crecimiento de la elasticidad de empleo en los últimos años era difícil que el producto por trabajador o el producto por hora trabajada creciera de manera significativa.

La economía española está a medio camino entre unos costes que ya no son baratos y una excelencia productiva que todavía no se ha alcanzado

El país ha hecho un esfuerzo importante para absorber una parte considerable de elevado desempleo que caracterizó a la economía española en los últimos 25 años al tiempo que iba, poco a poco, haciendo hueco a la creciente incorporación de la mujer al trabajo. ¿Significa eso que la relación capital/trabajo se ha deteriorado en este proceso o que la incorporación de las tecnologías ahorradoras de trabajo se ha detenido en los últimos años? Seguramente, no.

Para empezar, en un país con un alto nivel de economía sumergida convendría conocer mejor el verdadero valor del PIB y su evaluación durante este periodo. En segundo lugar, convendría igualmente tomar en consideración la mejora en la calidad de los bienes y servicios producidos a la hora de considerar la productividad general del sistema.

No obstante, con los datos de los que hoy disponemos cabe poca duda de que una sacudida en este terreno sería muy beneficiosa Las inversiones en investigación y desarrollo, la marcha de la innovación en nuestro país o la insatisfactoria situación del sistema educativo en todos los niveles sugieren que el esfuerzo en este terreno es muy reducido si queremos consolidar una perspectiva competitiva para España.

Sin embargo, hay que reconocer que el reflejo en el aumento de la productividad de las medidas de carácter transversal que se tomen en estos terrenos solo aflorará en un plazo medio, no inmediatamente. En ese sentido, el Gobierno podría avanzar buscando diagnósticos comunes sobre la situación y sus perspectivas con los agentes económicos involucrados en aquellos sectores de actividad donde los análisis comparativos con otros países más avanzados sugieren que puede recuperarse más rápidamente nuestra posición competitiva mediante acuerdos entre el sector público y el sector privado que permitan una cooperación exitosa.

Escoger estos sectores no es una cuestión sencilla, como no lo es preparar los programas que permitan avances en la productividad. Algunos como telecomunicaciones o energía parecen imponerse por sí mismos, pero otros sectores mucho más maduros, como los automóviles o el turismo, no deberían despreciarse en el proceso de selección. Entro unos y otros hay muchas más áreas de actividad que deberían ser atendidas. Las consideraciones de trabajo de Wim Kok para la Unión Europea sobre la situación de los acuerdos de Lisboa podrían ser una buena base de partida. Pero, al final, habrá que descender a sectores concretos y a la conexión entre ellos para producir programas útiles.

La productividad no puede ser tan solo un eslogan de los discursos políticos o una causa de preocupación permanente que no se concreta en cuestiones determinadas y contrastables. España necesita un diálogo multilateral sobre este tema que lo haga objeto de interés de las empresas y de los trabajadores en cada área de la producción, que genere las solicitudes del sector privado sobre la eficiencia de los sistemas educativos, la conexión entre la investigación y el desarrollo económico, la creación de una mentalidad crecientemente innovadora en una atmósfera propicia, y que se traduzca todo ello en un conjunto de objetivos cuantificables -aunque muchos de ellos sean modestos- que nos diga a todos si vamos avanzando o no en este terreno y si podemos mirar al futuro con confianza.

Archivado En

_
_