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Tribuna
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Las elecciones de EE UU vistas desde Europa

La sociedad estadounidense y la europea, por más que compartan valores comunes, son sustancialmente diferentes en sus prioridades, objetivos y reacciones ciudadanas. El autor analiza bajo esta óptica la victoria de George Bush en las elecciones de EE UU

Hay dos preguntas que se siguen repitiendo en Europa: ¿quién podría pensar que ganaría las elecciones americanas un candidato que ha llevado a su país a una guerra desastrosa justificándola en argumentos que resultaron falsos (armas de destrucción masiva, conexiones con Al Qaeda); a una guerra desaconsejada por sus propios militares que ha costado más de 1.200 muertos de la coalición occidental y 100.000 bajas iraquíes; a una guerra -así lo afirmaba en un artículo que publiqué en Cinco Días el 3 de abril de 2003- que ha abierto muchas y peligrosas cajas de Pandora, y entre ellas: el liderazgo de EE UU, la credibilidad de las Naciones Unidas y en general de las instituciones multilaterales; el funcionamiento de la OTAN, la relación atlántica, la unidad europea, la crisis económica, la radicalización del conflicto de Oriente Próximo, el enfrentamiento con el mundo islámico y el incremento del terrorismo? ¿Quién podría pensar, en otro orden de cosas, en la reelección del presidente Bush, un candidato que recibió de la Administración Clinton un superávit económico espectacular, que se ha transformado en un déficit inquietante como consecuencia, entre otras causas, de una guerra que ha costado del orden de 220.000 millones de dólares, que ha producido por primera vez en mucho tiempo la pérdida de 2,7 millones de empleos y además un incremento espectacular del precio del petróleo, que está afectando gravemente a la economía mundial?

En una Europa en la que, según varias encuestas, más del 75% hubiera votado al senador Kerry, hay muchos ciudadanos que no logran entender los resultados que se han producido en América y que se preocupan seriamente de la gestión que pueda hacer el presidente Bush en su nuevo mandato. Merece la pena reflexionar sobre estos temas. Es un ejercicio especialmente útil en los tiempos actuales.

Empecemos por aceptar que la sociedad americana y la europea -por más que participen de algunos valores comunes- son sustancialmente diferentes en cuanto a prioridades, objetivos y reacciones ciudadanas. Valorar por ello estas elecciones y en general su comportamiento político desde una óptica europea es peligroso porque por regla general conduce al error. Los americanos son mucho más conservadores, mucho más religiosos y mucho más patriotas que nosotros, y en esas tres diferencias reside la explicación de la reelección de su presidente.

Bush, en efecto, supo recordar en todo momento que su país estaba en guerra, en una guerra terrible contra terroristas fanáticos e infieles, y limitó su mensaje a afirmar que la patria estaba en grave peligro y que él era el único que podría protegerles porque su oponente, el senador Kerry, después de haber votado a favor de la invasión, se estaba dedicando a cambiar de criterio en esa y otras materias, lo cual demostraba un carácter débil y poco fiable 'en tiempo de mudanza'.

Cuando se le recordaba la mala situación económica, evadía el tema sin la menor vacilación, justificándola en las necesidades bélicas y en la prioridad absoluta que había tenido que conceder a los temas de seguridad.

Bush sabía que, según todas las encuestas, la principal preocupación de los americanos, muy por encima de la economía, era precisamente la seguridad, y que en ese tema residía la clave de la victoria. El senador Kerry se enteró demasiado tarde de las cosas que estaban en juego. Ni él ni el Partido Demócrata en su conjunto supieron analizar la situación de su país con instinto político. A los europeos nos pasó algo de lo mismo. No quisimos, ni aún queremos entender, que la sociedad americana se siente, de un lado, fuertemente humillada por el 11-S y, de otro, no sólo atemorizada, sino auténticamente aterrorizada, ante la probabilidad de un nuevo ataque, que muchos ciudadanos dan por absolutamente seguro. El que ese sentimiento esté o no justificado, o haya sido manipulado políticamente, no es ahora un tema relevante. Es así, y habrá que aceptarlo así por primario y simple que nos parezca.

Y habrá que aceptar de paso otras muchas cosas. Habrá que aceptar que EE UU no va a perder ni a corto ni a medio plazo su tendencia irresistible al unilateralismo y que no va a alterar por lo tanto su posición en cuanto al pacto de Kioto, o el Tribunal Penal Internacional, por poner sólo dos ejemplos. No va a conceder tampoco a ninguna organización mundial, incluyendo la ONU, legitimidad alguna para intervenir en temas que afectan a sus intereses básicos, ya sean del orden económico o político.

Los EE UU seguirán siendo el poder hegemónico más intenso que ha conocido la historia y la pax americana se hará cada vez más visible y más concreta. Están en mejor disposición que cualquier otro país o conjunto de países para liderar una globalización que, por el momento, tiene grandes déficit democráticos y jurídicos. Europa, si quiere seguir contando, tendrá que aceptar y apoyar el liderazgo americano, pero deberá insistir oportune et inoportune en que el liderazgo se ejerza con respeto a los principios de legitimidad y legalidad internacional.

Europa, en resumen, no puede inventarse una América que no existe. Hará bien en conocer su realidad. Esa es la primera lección de las elecciones.

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