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Tribuna
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Confianza en América

Este otoño de 2004 está dominado política y económicamente por la elección del presidente de Estados Unidos de América, y era de esperar, por interés de todos, el proceso como una demostración más del equilibrio y estabilidad de la primera nación democrática del mundo. Porque sin los valores en que se fundamenta la Constitución americana, ejercidos ininterrumpidamente desde su creación, no hubiera sido posible que ese país alcanzara el liderazgo, a veces controvertido, del orden democrático. Desde Europa, que tanto debe a Norteamérica, habría que hacer un ejercicio de confianza y solidaridad con una nación que, a pesar del rancio antiamericanismo que algunos propalan, representa la tradición liberal y democrática, que desearíamos enraizar en nuestros propios países.

Conviene tener presente que durante los últimos cuatro años Estados Unidos ha mantenido un crecimiento de su economía muy superior al de la Unión Europea, sus niveles de paro son todavía irrelevantes y tanto la inflación como los tipos de interés se han mantenido por debajo del 2%. Sólo el déficit exterior ha crecido en demasía, pero la preocupación por ello se atenúa a la vista de la evolución general de una máquina económica que no deja de producir bienes y servicios plenamente competitivos. Su cuota de mercado mundial en industrias emblemáticas como las nuevas tecnologías, el automóvil y la cinematografía no ha cesado de crecer.

La elección se ha producido en un escenario interior poco dramático, y mejor que así sea, y nada hace pensar en cambios sustanciales del mismo. Por otra parte, el sistema electoral americano, que prima a los territorios sobre la población, se superpone a una densa sociedad civil que ejerce sus libertades de forma diversa, lo que supone que la participación electoral no suele ser significativa, a diferencia de lo que sucede en Europa. Todo ello contribuye a que el establishment político norteamericano sea uno de los más estables del mundo democrático.

Considerando tales circunstancias, resultan poco fundadas, desde mi punto de vista, las expectativas alimentadas por quienes desde Europa y desde España transmiten la idea de que aquel país se encuentra en el umbral de un giro copernicano en sus diferentes políticas.

En Estados Unidos se ha decidido sobre una posible alternancia en la Administración federal, que, previsiblemente, no afectará demasiado a la evolución política y económica del país.

Es verdad que muchas de las expectativas creadas obedecen a la decisión de invadir Irak y al desenvolvimiento posterior de la ocupación de ese país. El caso iraquí está en el epicentro de la controversia, sobre todo fuera de Estados Unidos, y las pasiones que se han desatado pueden haber contribuido a desdibujar lo que en realidad deciden los ciudadanos americanos éste otoño.

Hasta tal punto ha llegado la controversia que en Europa, muy dividida en la materia, las elecciones estadounidenses se han tomado como asunto doméstico, con unos tintes de dramatismo que podrían aparecer cuasi cómicos a los ojos de cualquier ciudadano norteamericano, también para algunos ciudadanos europeos. Sólo hay que contemplar las encuestas promovidas desde periódicos británicos entre sus lectores que, lógicamente, no son votantes americanos.

Los daños causados este tiempo atrás en las relaciones de determinados países europeos, entre ellos España, con Estados Unidos podrían tener consecuencias muy negativas, en caso de prolongarse el presente estado de cosas. No se trata de abdicar de nada, pero sí de poner cada cosa en su sitio y valorar las ventajas de la buena relación con un aliado al que Europa, tan falta de liderazgo en política exterior, ha recurrido en numerosas ocasiones.

Sin perjuicio del resultado, la importancia que tiene para todos la superpotencia americana debería despojar los análisis -tanto sobre sus elecciones como de su resultado- de las pasiones y los viejos clichés antiamericanos, para centrarse en lo que conviene a este y al otro lado del Atlántico: la cooperación y el entendimiento entre quienes, además de ser aliados, tienen una historia común de defensa de la democracia y la libertad.

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