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Tribuna
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Entre Estrasburgo y Roma

Entre Estrasburgo y Roma se han producido, con pocas horas de diferencia, el no-voto de la Comisión Barroso por el Parlamento Europeo y la firma solemne del Tratado que instituye una Constitución para Europa.

Para algunos, el primer acontecimiento ha empañado el segundo, abriendo lo que, en los salones del Capitolio y el Quirinale, algunos llamaban crisis y otros cambio en el equilibrio de poder entre las Instituciones Europeas.

En mi opinión, sin menguar la importancia de lo ocurrido en Estrasburgo, no estamos ni ante lo uno ni lo otro.

Si hay algún ganador de lo ocurrido entre el Parlamento Europeo y la Comisión Barroso es la causa de la integración de la UE. La Europa política gana con estos debates

¿Por qué crisis? Ciertamente, la retirada forzosa de una propuesta de Comisión, ante el riego de ser rechazada por el Parlamento Europeo, o peor aún, ser aprobada por la mínima gracias al voto de la extrema derecha, es algo que no había ocurrido nunca. Pero está perfectamente previsto en los Tratados, y más aún en la futura Constitución Europea, que pueda ocurrir y también está previsto qué hacer si ocurre.

Tampoco los mercados financieros y monetarios han percibido ninguna crisis. El euro sigue siendo tan fuerte hoy como ayer y las Bolsas han seguido oscilando al compás de los precios del crudo. Unos y otras han mostrado una perfecta indiferencia a lo ocurrido en Estrasburgo.

Hace unos días comentaba en estas mismas las páginas de Cinco Días (Turquía y el examen a la nueva la Comisión Europea) que las audiciones no eran una mera formalidad y que el Parlamento Europeo no podía ser considerado como un 'tigre de papel' que acabaría siempre plegándose a las instrucciones de los Gobiernos de los Estados miembros. Y lo ocurrido así lo demuestra. Aparte del ejercicio democrático de control que suponían, las audiciones de los comisarios han desencadenado un proceso que aún no ha llegado a su fin, pero que no tardará en hacerlo con la investidura de una Comisión Europea remodelada.

Lo sucedido, el pasado miércoles, 27 de octubre, en Estrasburgo es la constatación de la mayoría de edad del Parlamento Europeo. Esta Cámara, que siempre fue vista con recelo por los Gobiernos nacionales, a la que en un principio se negó el nombre de Parlamento, dándole el más ligero de Asamblea, que necesitó durante mucho tiempo el apoyo del Tribunal de Justicia para ejercer su papel de representar a los ciudadanos europeos, ha, simplemente, ejercido los poderes que tiene atribuidos dentro del normal juego democrático.

Alguna vez tenía que pasar. No es posible atribuir poderes a una institución resultante del sufragio universal, a condición de que no los ejerza. Eso sería tanto como no concedérselos.

En teoría al menos, lo ocurrido tampoco puede entenderse como una alteración del equilibrio institucional en la Unión Europea. Aunque al pasar de la teoría a la práctica, las cosas ya no son como habían sido hasta ahora. Pero, probablemente, lo ocurrido aumentará la participación en las elecciones europeas.

A los miembros del Consejo Europeo que en Roma se lamentaban del protagonismo del Parlamento Europeo y rechazaban que éste pudiera ser determinante en la investidura de la Comisión, tal y como lo son los Parlamentos nacionales en la formación de sus gobiernos, hay que recomendarles que se lean los Tratados que firman. El que firmaron en Roma ratifica este poder del Parlamento Europeo, al que ya se lo daban los anteriores Tratados.

Tampoco hay que interpretar lo ocurrido como un 'pulso' entre Comisión y Parlamento Europeo, ni como una discriminación de ningún candidato a Comisario por sus ideas religiosas. Si un musulmán hubiera mantenido en Bruselas las mismas posiciones que algún candidato a Comisario, hubiera recibido el mismo o mayor rechazo.

Europa necesita tener un Parlamento creíble y una Comisión fuerte. Estas dos Instituciones son las que mejor manifiestan el interés general de la Unión y las que han de ser punta de flecha en el proceso de integración europea. Máxime ahora, cuando Europa se enfrenta a importantes desafíos, como es la ratificación de su Constitución

De lo ocurrido, el Parlamento Europeo sale reforzado. No sólo porque recuerda que tiene encomendadas importantes atribuciones en el procedimiento legislativo comunitario, sino porque ha demostrado que es una institución creíble. El Parlamento Europeo ya no será más visto como una 'jaula de grillos' o el 'talking shop' del que hablaban muchos.

El debate político europeo ha dejado de parecer a los ciudadanos como algo aburrido, demasiado complicado y poco transparente. Se ha comprobado cómo, cuando hay una confrontación política inteligible, se capta la atención de la opinión pública, que quizá necesite una cierta dosis de dramatismo para movilizarse.

Si hay algún ganador de lo ocurrido es la causa de la integración europea. La Europa política gana con estos debates, porque su mayor enemigo es la indiferencia y la ignorancia de sus ciudadanos en relación con el proyecto europeo.

Y habrá que tenerlo muy en cuenta de cara a la ratificación de la Constitución firmada en Roma. No son los Gobiernos que allí firmaron los que tienen la última palabra, sino los pueblos, a través de sus Parlamentos o en referéndum.

Es desde esta perspectiva como hay que entender lo ocurrido entre Estrasburgo y Roma.

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