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Tribuna
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Radiografía del liderazgo destructivo

El paseo por el horror y la muerte que estamos presenciando en Palestina nos invita a la reflexión sobre un liderazgo que llamamos destructivo. Conflictos, situaciones límite, odios y ambiciones que ciegan la razón y legalizan lo perverso, no sólo pertenecen al mundo de la guerra y la política, sino a veces también al de las organizaciones. El escenario puede variar, y la vestimenta. Pero, al final, el protagonista es el ser humano, con todas sus grandezas y miserias.

Existen en las organizaciones y en sus líderes patrones de actuación frecuentemente ligados al éxito y a la eficacia. Y otros ligados a la ineficiencia, al fracaso y, a veces, hasta a la propia destrucción del líder y de la organización. Explorar esto puede ayudar a un diagnóstico del estilo de liderazgo de Ariel Sharon.

El carácter de un líder está basado en tres firmes pilares de fuerzas: 1, motivos y ambiciones; 2, competencias y experiencia, y 3, integridad, ética, moral y valores.

Los tres son necesarios para un auténtico liderazgo y han de estar equilibrados. De lo contrario, el taburete no se sostiene y aparece un pseudoliderazgo, disfuncional y de resultados negativos. Un líder sólo con motivos y ambiciones y sin competencias e integridad da lugar a un demagogo. Un líder sólo con competencias, sin motivos ni integridad, es un tecnócrata. Y, finalmente, un líder con motivos y ambiciones, competencias y experiencia, pero sin integridad y ética es un trepador destructivo.

El perfil de Sharon, como el de Hitler en la Alemania nazi o el de Milosevic en Serbia, se asemeja al trepador destructivo, con dosis de demagogo, según valoremos sus competencias y experiencia. Este liderazgo es de los que peores consecuencias acarrean a la organización.

¿Cómo brota y cómo es este liderazgo destructivo?

l Surge como salvador u hombre fuerte de una emergencia, fracaso o crisis de una empresa o un país. Invadida por el miedo, la organización entrega el poder a un líder autoritario, en quien ilusoriamente se apaciguan los fantasmas de miedo y temores. Así ocurrió con la elección de Sharon, tras el lamentable fracaso de Camp David entre Clinton, Barak y Arafat.

l Destruye el problema, no lo resuelve. El hombre fuerte resuelve el problema eliminando y destruyendo, como elefante en cacharrería, todo lo que hay alrededor. Practica la solución definitoria de 'la operación ha sido un éxito: el paciente ha muerto.' Con el tiempo, su papel va pasando de salvador a verdugo y finalmente víctima de quienes iba a salvar y le eligieron.

l Dice gestionar el caos y genera caos con su gestión. Cada problema que dice resolver origina, por lo menos, uno nuevo. Busca o provoca situaciones que puedan justificar su conducta destructiva, la única que sabe. Así ocurrió hace años, cuando Sharon visitó la Mezquita de Al-Aksa llevando un 'mensaje de paz'. Esto marcó el comienzo de la segunda intifada. Igualmente, tras el 11-S, invadió Gaza con sus tanques.

l Practica la política de hechos consumados, que utiliza después como moneda de trueque para negociar otros desmanes menores y difuminar con cortina de humo la fechoría principal. Hitler era maestro en este arte. Los demás van a remolque de los hechos. Las demandas de investigación por la ONU y otras instituciones de derechos humanos han quedado hasta ahora en el olvido, gracias al veto de EE UU y a su carta blanca para Israel.

l æpermil;nfasis en el poder y la violencia. Su éxito no es sólo vencer al contrario, sino destruirle. Esta convicción es el combustible de la espiral del conflicto. Su obsesión es ganar por KO. Descarta opciones negociadas de ganar a los puntos: nada de gana-gana. Busca el gana-pierde y obtiene el pierde-pierde al final.

l Busca continuamente enemigos y los encuentra. No puede vivir sin ellos, pues son su alimento. No se preocupa apenas de anticipar o prever las consecuencias de sus acciones. Ningún liderazgo destructivo tiene planes de futuro, ya que sólo necesita crisis para sobrevivir.

l Se sirve del puesto más que servir al puesto. Sólo busca el poder, sin recabar en medios. No sirve a su empresa o a ciudadanos. Se sirve de ellos y los utiliza para sus fines.

l Repite experiencias y no aprende de la experiencia. El líder que aprende de la experiencia convierte sus puntos débiles en puntos de crecimiento. El que sólo repite experiencias convierte sus puntos débiles en fisuras cada vez mayores. Sharon repite en Gaza y Cisjordania sus masacres anteriores de Yenin y las de Shabra y Shatila en Líbano.

l Alta necesidad de autoafirmación y baja autoestima. Nada hay más peligroso para una organización que un líder con altas necesidades de autoafirmación y reconocimiento. Son intentos compulsivos de mejorar y afianzar su pobre autoimagen, muy ligados a una baja autoestima y desprecio inconsciente de sí mismo y del ser humano.

En deporte, en política y en la vida se puede ganar o perder sin destruir al otro. Al menos en eso se diferencian de la guerra. Para el líder destructivo no hay distingos. Todo son guerras donde el oponente es el enemigo a destruir. Este proceso de destrucción culmina casi siempre con la del propio líder, tras dañar seriamente a su propia organización o país. El camino de Sharon es muy parecido al que, en su tiempo, siguieron otros líderes destructivos. El desenlace está por ver.

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