Cuando Terra valía más de 100 euros
Cuando las acciones de Terra cotizaban aún por encima de 100 euros, pero ya habían empezado a perder pie, en algunas comidas del mundillo bursátil se veía con complacencia, si no con satisfacción, la fuerte caída del portal de Internet. En realidad, se decía, ese negocio no tiene sentido. No existen barreras de entrada, de forma que la competencia va a ser prácticamente infinita mientras existan posibilidades de beneficio. La visibilidad de estos beneficios, en todo caso, es pequeña. La publicidad en Internet no es comparable a la de la televisión, y los gastos para poner en marcha un producto diferenciado probablemente no compensen los nuevos ingresos que pueden llegar. 'Terra se irá a 60 euros', comentaban unos, 'yo creo que a 40', replicaban otros. Ayer Terra cerró a 2,81 euros.
Pero ese no es el caso. El caso es que, en aquellos días, quien argumentaba con razón por qué Terra debía caer era un bicho raro. Al menos, de puertas afuera del mercado. Los motivos eran los correctos, e incluso los expertos pecaban de optimismo. Pero no era el discurso habitual.
Pero aún más llama la atención el hecho de que, en aquellos días, los mismos analistas que mostraban su agudeza al hablar de Terra, se mostraban convencidos de la revolución tecnológica que supone Internet y las comunicaciones. En consecuencia, compañías fabricantes de infraestructura o equipos como Cisco, Nokia, Intel y otras serían la gran apuesta de los próximos años. En la fiebre del oro quienes se hicieron millonarios fueron los ferreteros. No era incorrecto este análisis. Podría pecar de optimista dados los altos precios. Pero el análisis parcial de estas compañías en el marco de la revolución tecnológica no tuvo en cuenta el efecto arrastre sobre estas empresas y sobre el conjunto de la economía del estallido de una burbuja financiera que había sido identificada, pero de cuya dimensión no se llegaba a tener una idea. Y al final resultaron escaldados tanto los finos analistas como los especuladores burdos. Una lección de humildad. nrodrigo@cincodias.es