Día sin Coches, día sin libertad
Desde el año 2000 se viene celebrando en distintas ciudades europeas el llamado Día sin Coches, acto que, por lo que parece, no debe estar sirviendo para estimular el uso del transporte público en las congestionadas y grandes ciudades. Los motivos de esta falta de éxito debemos buscarlos en que no viene acompañado de programas sistemáticos que favorezcan la creación de redes de transporte público, zonas de aparcamiento en el extrarradio, medidas de apoyo fiscal o inversiones en infraestructuras, entre otros.
Todos sabemos que el Día sin Coches no tiene utilidad ni eficacia alguna: tiene un seguimiento mínimo, provoca cortes del tráfico, atascos y no conduce a la concienciación ciudadana.
Desde CEA, aparte de nuestra perenne y casi obsesiva preocupación por todo lo relacionado con la seguridad vial, estamos muy sensibilizados con el problema de la consecución de una movilidad sostenible en nuestras ciudades y carreteras. Siempre hemos defendido la idea de la necesidad de un uso racional del vehículo privado, lo que redundaría, lógicamente, en una mejor movilidad y en un medio ambiente más saludable, pero siempre respetando el principio de libertad de elección de los ciudadanos del medio de transporte que deseen, incluyendo, claro está, el automóvil particular. Porque ¿alguien cree que los conductores se meten en los insufribles atascos de los accesos a las ciudades por gusto? Evidentemente, no. Y si lo hacen es debido a que el vehículo privado, en muchas ocasiones, es la menos mala de sus opciones de transporte.
Culpar al coche de todos los problemas, criminalizándolo, es demasiado fácil. Incluso la denominación de Día sin Coches incita a ello. En este día siempre nos encontramos con imágenes que nos muestran los viajes en bus, metro y apacibles paseos en bici por avenidas de personas, responsables públicos, que no vuelven a usar esos medios de transporte ningún otro día del año... y, al día siguiente, vuelta a la normalidad con los habituales atascos, humo, etc. ¿Dónde están los aparcamientos para bicicletas y motos en el centro de las ciudades? ¿Y el carril bici? ¿Por qué todos los autobuses no están propulsados por energía no contaminante? ¿Para cuándo nuevos proyectos urbanísticos con estudio previo de su impacto en la movilidad? Los responsables públicos deberían promover una cultura urbana que no pasase únicamente por discriminar al coche, y que propiciara el uso de los transportes públicos y alternativos.
Un buen ejemplo a seguir sería la Ley de la Movilidad de Cataluña, altamente positiva, y en la que se aprecia un muy riguroso y cualificado trabajo del legislador. Supone, sin duda, un paso adelante en la búsqueda de compromisos institucionales que supongan una mejora de la movilidad y de la seguridad vial. Desde luego, y en todo caso, sería altamente deseable la existencia de una norma similar de ámbito estatal, ahora inexistente, que muy bien podría seguir la pauta marcada por esta pionera e innovadora ley catalana.
Mientras que desde las diferentes Administraciones públicas no se responda a estas cuestiones, con la toma de medidas racionales, no habrá una solución real al problema. Se puede trasladar la responsabilidad del problema a otros -normalmente a los conductores-, pero una cosa debe quedar muy clara: el problema de lograr una movilidad sostenible es de los responsables públicos, que tienen que buscar las soluciones más eficaces; soluciones que entendemos no pasan, única y exclusivamente, por dedicarse a imponer más multas.
En fin, deberemos preguntarnos si el objetivo deseable es hacer una especie de boicot al coche. Esperemos que no. Sería lo mismo que decir boicot a la libertad. Porque el automóvil ha sido, es, y será, sinónimo de libertad.