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Tribuna
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El fin de los alquimistas

La situación de la petrolera Yukos y el encarcelamiento de su patrón, Mijail Jodorkovsky, por deudas con la Hacienda, son un ejemplo de los peligros que, según el autor, producen los oligarcas en la economía rusa: crecen con favores a expensas de la competencia y del desarrollo del sector privado

Corren malos tiempos para Mijail Jodorkovsky, la mayor fortuna de Rusia, y presidente de la petrolera Yukos hasta su encarcelamiento el año pasado. Uno de los siete magníficos que, durante los años noventa, acapararon en sus manos más de la mitad de los activos productivos de Rusia. Lo último que sabemos de él nos lo contaba The New York Times: Jodorkovsky teme pasar en la cárcel los próximos diez años. Y perder su fortuna. Con razón; presumiblemente, el Gobierno ruso venderá los activos de la compañía para cobrarse la factura de miles de millones de euros, consecuencia de los cargos por fraude y evasión fiscal presentados contra Yukos. Triste destino para alguien que comenzó su vertiginosa carrera como alquimista, y acabó siendo paladín del gobierno corporativo. Y es que Jodorkovsky es un tipo listo, especialista en la conversión en oro del plomo.

En la economía soviética, coexistían dos tipos de dinero. De un lado, el efectivo, que era escaso y utilizado por las fábricas, principalmente, para pagar salarios; de otro, el dinero no efectivo, que se distribuía a las fábricas en forma de subvenciones. æpermil;ste era utilizado para las transacciones entre compañías, y existía sólo como anotación contable. Los dos tipos de dinero no eran convertibles. El efectivo era muy escaso. El otro, muy abundante. Y poco útil. Como resultado, el efectivo resultaba mucho más valioso y demandado. Cualquiera que descubriera la forma de convertir en efectivo el dinero virtual podría ganar una fortuna en poco tiempo. Jodorkovsky lo hizo; gracias a su cercanía al establishment, y a una oportuna reforma legislativa. Jodorkovsky acumulaba dinero no efectivo, inútil, a coste prácticamente cero, y lo convertía en dinero contante y sonante. Millonario al instante. Mejor que imprimir billetes.

Después llegarían el banco Menatep, y las acusaciones de evaporar los millones del Partido Comunista desaparecidos durante la transición. También llegaría después la toma de control de Yukos. Le resultó sencilla: Menatep, controlado por Jodorkovsky, fue el principal organizador de las subastas de Yukos, además de su principal pretendiente. En ocasiones, el único autorizado.

El interés de Jodorkovsky por el buen gobierno tampoco fue innato; baste recordar aquella junta general en la que se dilucidaba el control de Jodorkovsky sobre el conglomerado Yukos. Cuando el resto de accionistas, temerosos del aspirante, acudieron al lugar estipulado, se encontraron con un cartel que les anunciaba que la reunión se celebraría en otro lugar. Un despiste. Al llegar, otro cartel les anunciaba que la reunión había terminado. Las propuestas de Jodorkovsky habían sido aprobadas. Así nos los contaba David E. Hoffman en Los Oligarcas (Mondadori, 2003).

Era el signo de los tiempos. Jodorkovsky no fue el único. Ni el último. Después llegarían otros. Cómo Roman Abramovich; gobernador de la región de Chukotka, magnate del petróleo ruso, coleccionista de yates y propietario del Chelsea FC. Se le acusa de comprar el control de la petrolera Sibneft por una fracción de su valor y de utilizar su puesto de gobernador para conceder preferencias fiscales a sus compañías. Lo habitual.

Visto lo visto, no es de extrañar que Rusia, cuyo PIB per cápita es inferior al costarricense, cuente con 25 milmillonarios en dólares en los rankings de Forbes. Sólo por detrás de Estados Unidos, Alemania y Japón. España tiene ocho.

Los economistas Sergei Guriev y Andrei Rachinsky, sostenían recientemente en Oligarchs: the past or the future of Russian capitalism, que la mejor analogía del actual capitalismo ruso la constituye el norteamericano de finales del XIX; los 22 magnates de la América de 1900 también gozaban de un enorme poder económico; como los oligarcas rusos, eran corruptos y despiadados, y debían buena parte de sus fortunas a los favores políticos, otorgados por un poder político tan corrupto como en la Rusia de hoy. Tampoco caían simpáticos; los robber barons eran tan detestados por la opinión pública norteamericana como hoy lo son los oligarcas rusos. Bajo este prisma, Jodorkovsky no sería sino la última reencarnación de John D. Rockefeller; y Yukos, la versión moderna de la Standard Oil. Como es sabido, a esta última le fue impuesta en 1907 una multa equivalente a un tercio de su valor de mercado. Al final, las autoridades se conformaron con dividir Standard Oil en 34 compañías.

El poder económico de los oligarcas rusos es considerable. De acuerdo a un informe del Banco Mundial, el 35% de la producción industrial rusa está controlada por 23 oligarcas. Otras estimaciones anteriores situaban la cifra en el 60%. Su presencia se hace notar principalmente en sectores como el petróleo, metalurgia y banca. Aunque existen distintas estimaciones, Newsweek informaba recientemente de que la productividad en las compañías controladas por los oligarcas es más baja que en el resto de compañías, si exceptuamos las empresas estatales. Gestores mediocres. Además, son especialistas en conseguir favores. A expensas de la competencia. Y del desarrollo del sector privado ruso. Quintaesencia del capitalismo de amiguetes.

Así, no resulta extraño que el economista jefe del Banco Mundial para Rusia, Christof Ruehl, elevara hace unos meses una sorprendente recomendación al Gobierno ruso. æpermil;ste debería seguir el ejemplo del Gobierno norteamericano de comienzos del siglo XX: deshacer el control ejercido por los oligarcas sobre la economía. Pero no por razones políticas.

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