Ya llegan las rebajas
Será posible que pese una maldición sobre la economía mundial? Al menos eso cabría pensar cuando ante la recuperación a escala global que se anunciaba resurge con fuerza el precio del petróleo. Como el optimismo es un deber de oficio de todos los Gobiernos su primera reacción fue minimizar sus efectos, pero no se ve por medio de que extraño mecanismo la economía mundial, y dentro de ella la de España, sería inmunizada contra este minichoque de petróleo. De hecho la Agencia Internacional de la Energía ha estimado que una subida del precio del barril en 10 dólares se traduciría en una baja del crecimiento en Europa de 0,4% en 2004.
Todo parece indicar que la economía española se va a debilitar significativamente a partir del otoño. A ello va a contribuir un efecto contractivo del sector exterior aun mayor que hasta ahora, debido al continuado deterioro de la competitividad que va a hacer que se mantenga, según las estadísticas de Aduanas, tanto el escaso crecimiento de las exportaciones en volumen como el aumento casi explosivo de importaciones.
Hay que añadir también, por moderadas que sean, las consecuencias de los mayores precios del petróleo. Si se acepta que el precio del barril sigue en 40 dólares, o sea más de 10 dólares que en 2003, sus efectos directos e indirectos sobre los precios serán significativos. También contribuirá a acentuar las tensiones inflacionistas el aumento del precio de las materias primas no energéticas (casi el 25% anual en junio, frente a fuertes caídas en los tres años anteriores) y en menor medida el aumento del salario mínimo en un 6%. Va a ser, pues, difícil que el aumento anual de los precios en 2004 quede lejos del 4%.
Tampoco va a ser fácil que la expansión de la economía en el mismo año se acerque al 2,5%. En el segundo trimestre el ritmo de crecimiento, medido por la variación trimestral anualizada (quizás la medida más significativa coyunturalmente) se desaceleraba al 2%, tendencia que parecía continuar a juzgar por el fuerte aumento del paro en agosto. No parece, por otra parte, que la demanda interna recupere su vigor en los meses que quedan del año si se acepta que la carestía del petróleo va a cercenar el ritmo de crecimiento en 0,4% en media anual repartidos a caballo entre este año y el que viene. Con esa probable evolución coyuntural de la economía en 2004 su aportación a la expansión en media anual en 2005 va a ser muy escasa, por lo que para alcanzar el objetivo del 3% de crecimiento va a ser necesario un avance a lo largo del año bastante superior a esa cifra.
Y no se ve de donde puede venir el necesario impulso dinamizador. No de la inversión en construcción. Tras siete largos (y bíblicos) años de fuerte auge su ciclo estaría a punto de agotarse. Ni de la de bienes de equipo, al menos en la industria, ya que a pesar de rebajar sus precios a la exportación (7% en los últimos 18 meses) cuando su costo laboral unitario aumentaba en un 3% anual, sus ventas al exterior están prácticamente estancadas. Tampoco del consumo privado, que bajará su régimen al no recibir el estímulo del último recorte de IRPF, mientras que por el contrario puede sufrir la subida en frío de tipos como consecuencia del aumento de las rentas asociada a la subida de los precios.
Sea cual sea la expansión de la demanda interna resultante sus efectos sobre el crecimiento se van a disipar parcialmente hacia el sector exterior. Lo preocupante con vistas al futuro es que hasta ahora poco se ha hecho para combatir el deterioro acumulativo de la competitividad que de forma soterrada iba produciendo el creciente diferencial de inflación con nuestros principales competidores.
En el periodo de fuerte crecimiento de estos últimos años los poderes públicos no han sabido o querido aprovechar para llevar a cabo las (políticamente dolorosas) medidas liberalizadoras de la economía para hacerla más eficiente y competitiva. Pero ahora los responsables políticos tampoco quieren ver que el rey está desnudo y se ocupan en discusiones bizantinas de campanario sobre cuestiones territoriales, que no son prioritarias para los ciudadanos, y las pocas medidas que se toman o se anuncian no presagian nada bueno. Van, en efecto, más bien en sentido contrario, siguiendo al parecer las iniciativas populistas del neodirigismo que promueve al otro lado de los Pirineos el superministro de economía galo Nicolas Sarkozy.
Se tiene así la impresión de que el gobierno de la nave de la economía se hace sin querer mirar a los arrecifes que hay delante. Así navegaba confiado el Titanic en otro tiempo.