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Un torrente de monedas de un euro inunda España

España chapotea entre monedas de un euro. Casi la cuarta parte de las piezas de esa denominación que circulan por los 12 países de la unión monetaria llevan la efigie de Juan Carlos I. Y descontando la mínima cantidad que puedan llevarse los turistas, es fácil presumir que el resto anega bolsillos y cajas registradoras españolas.

Hasta el pasado mes de agosto, el Banco de España había emitido 1.034 millones de monedas de un euro, mientras que por toda la Unión transitan en estos momentos, según los datos del Banco Central Europeo, 4.358 millones. Una desmesurada proporción para la que nadie acierta a dar una explicación.

La principal hipótesis apunta a la abundante presencia de máquinas recreativas y tragaperras en bares y locales públicos españoles. El Banco de España, de hecho, reconoce que tras la sustitución de la peseta a partir del 1 de enero de 2002 hubo que realizar emisiones extraordinarias de la moneda de un euro para atender la inesperada demanda.

Los fabricantes de tragaperras habían previsto adaptar la participación y premios de sus máquinas a la pieza de 50 céntimos (88 pesetas), pero finalmente optaron por la unidad. Las previsiones gubernamentales quedaron desbaratadas y se han ido retirando del mercado una buena parte de los 1.264 millones de monedas de 50 céntimos que se produjeron hasta finales de 2001.

Pero el origen de la avalancha de monedas de un euro parece ligado igualmente al salvaje redondeo que, no sólo en las tragaperras, disparó el precio de numerosos productos desde 100 pesetas a un euro (166 pesetas). No en vano, al final de la vida de la extinta peseta, en febrero de 2002, circulaban precisamente 930 millones de monedas de veinte duros, cifra similar a las de un euro.

El dato más alarmante de ese emparejamiento estriba en que el valor total de aquellas viejas pesetas era de 559 millones de euros, apenas la mitad de los 1.034 millones de euros actuales. La inflación en la unidad de pago parece evidente, aunque las estadísticas se resistan a reflejarla.

El Tesoro no parecía haber previsto esta escalada, pues antes de 2002 sólo había encargado 435 millones de monedas de un euro, es decir, menos del 10% de los 4.700 millones de monedas de esa denominación producidos en vísperas de la unión monetaria. Desde entonces, las sucesivas emisiones han doblado la circulación. Sólo en los últimos 12 meses, desde agosto de 2003, la cantidad de monedas de un euro ha aumentado un 15% y su valor supone ya casi la mitad del importe total de efectivo en metálico emitido en España (2.509 millones).

Y la sed no parece calmarse. El BCE ha autorizado desde el inicio de la unión monetaria a emitir monedas con el anverso español por un valor de 3.556 millones de euros, cifra que se codea o supera a la permitida a países más poblados como Francia o Italia. Cada Gobierno decide el reparto por denominaciones de esa cantidad, aunque en España resulta fácil adivinar que una gran parte se destinará a la unidad.

O a monedas de un céntimo, porque el mantenimiento del 99 como precio psicológico está generando, según los especialistas, una gran demanda de calderilla. España ya ha emitido 1.733 millones de monedas de un céntimo, cuya circulación hay que alimentar además porque muchas de ellas se quedan estancadas en huchas o fondos del sofá. Mientras en Bruselas se pondera la supresión de los céntimos, parece claro que la unidad de euro ha encontrado en España su hábitat natural.

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