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Columna
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Sol y playa

Tanto los últimos datos de paro registrado, correspondientes a agosto, como los de la Contabilidad Nacional del segundo trimestre han dado nuevas señales de alerta sobre el sector turístico, y en especial sobre la demanda de estos servicios, que llegan a la economía española desde el exterior. Buena parte de los años noventa, tras un parón a principios de la década, se saldó con crecimientos anuales superiores al 10% en la rúbrica de 'ingresos por turismo de la balanza de pagos'. La bonanza turística de los noventa contrasta con el mal comportamiento reciente, por lo que no pocos dan por agotado un modelo turístico que ha financiado los últimos 40 años buena parte del crónico déficit de la balanza comercial española.

Ese prolongado éxito de los ingresos provenientes del turismo exterior tuvo como explicación la pasada década: la buena dotación de recursos turísticos en España, condiciones muy competitivas por una moneda que registró tres devaluaciones entre 1992 y 1994, pérdida de atractivo de destinos alternativos (guerra en Yugoslavia, inestabilidad en el Mediterráneo oriental tras la guerra del Golfo y menor desarrollo de los destinos trasatlánticos...).

Todos estos elementos tan favorables se han ido diluyendo para el sector turístico español respecto destinos alternativos. En primer lugar, los nuevos destinos han conseguido, en no pocas ocasiones, recursos e instalaciones que se comparan favorablemente con los españoles. En el proceso de crecimiento de las infraestructuras turísticas se ha dejado irreversiblemente una buena parte del atractivo natural y paisajístico de nuestros principales destinos. Además, el crecimiento de precios internos y, probablemente, los ofrecidos a los grandes operadores han lastrado el atractivo de los destinos españoles en términos de coste.

Más de la mitad del crecimiento de los ingresos por turismo se debe al aumento de precios en la última década, ya que el ritmo de la oferta no ha permitido cubrir una demanda en la que no sólo se incrementaban el número de clientes no residentes, sino que se enfrentaba a un volumen creciente de turismo interior. Todo ello se ha superpuesto a un aumento del nivel general de precios en la economía española muy elevado para la estabilidad de las rentas de los turistas que llegan a España desde distintos destinos europeos. Esta misma circunstancia puede estar provocando la pérdida de cuota de los destinos nacionales dentro de la demanda turística de los residentes. El crecimiento del gasto en servicios turísticos de los españoles en el exterior excede significativamente al de los no residentes en España, lo que se puede explicar, en parte, también por el atractivo de los paquetes turísticos con precios de origen expresados en un dólar débil.

Todos nos preguntamos en estas circunstancias qué hacer, porque el problema no tiene soluciones fáciles. La ausencia de recetas mágicas no impide hacer ciertas consideraciones. La primera es que, en buena medida, el desarrollo y los recursos turísticos responden a iniciativas privadas, limitándose la actuación pública a procesos administrativos (licencias, recalificaciones, organización urbanística…), dotación de infraestructuras (carreteras, aeropuertos…) y promoción. A no ser que se quiera primar fiscalmente la actividad turística, a costa de otros usos del Presupuesto.

Si se trata de mejorar el atractivo turístico de nuestros destinos, las Administraciones podrían mejorar infraestructuras y coordinar esfuerzos de promoción y venta, pero poco pueden hacer por mejorar la calidad de nuestros servicios turísticos con nuevas licencias o recalificaciones.

La solución frente al agotamiento del modelo de negocio es, una vez más, un asunto que principalmente está en manos privadas. Sin embargo, todos los planes de expansión de los grupos nacionales no tienen en cuenta la apertura de nuevos hoteles en España, y muestran preferencias por los destinos trasatlánticos, indicando que las rentabilidades esperadas de sus inversiones tampoco tienen mucha confianza en nuestro modelo turístico.

Algunos han optado por reconvertir sus hoteles para recibir turistas en la modalidad todo incluido, con el fin de acceder a un segmento del mercado que ha mostrado crecimiento los últimos años. A corto plazo, esta reconversión puede permitir que muchos hoteles continúen siendo viables, pero si las subidas de precios diferenciales respecto a nuestros competidores se mantienen, a medio plazo se volverán a enfrentar al mismo problema.

Una empresa tiene que preguntarse permanentemente cuáles son las preferencias del cliente, y qué elemento diferencial puede ofrecerle para que no elija a sus competidoras. En la pasada década nuestros empresarios turísticos vivieron en un entorno de subidas crecientes de sus ingresos y dejaron de hacerse estas preguntas. Cuando sus ingresos han caído han vuelto a hacérselas. Esperemos que sepan responderlas correctamente.

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