El desequilibrio de la exportación

España ha sustentado su crecimiento de los últimos años en la fuerte demanda interna y la construcción. El desplome nominal de los costes de financiación con la llegada del euro -tanto para el consumo como para la inversión- impulsó los gastos a largo plazo y contribuyó sensiblemente al crecimiento económico. Pero, en paralelo, la actividad comercial exterior de la economía ha restado crecimiento de forma sostenida, debido en parte al fuerte aumento de las importaciones propiciado por la vigorosa demanda interna.

Ahora que esta demanda empieza a moderarse, se esperaba que fuese la externa la que retomase el protagonismo. Pero tal cambio de papeles no termina de producirse, y comienza a ser preocupante que ni siquiera surja cuando el crecimiento de otras economías es considerable. EE UU y Japón crecen a tasas superiores al 4%, Europa consolida un avance del producto del 2%, y España cosecha, curiosamente, uno de los peores comportamientos del sector exterior que se recuerda, que resta al PIB 1,3 puntos.

Aflora así lo que puede considerarse hoy el principal desequilibrio de la economía española, que en los dos últimos años ha perdido un 8% de su cuota de mercado mundial, como consecuencia de la acumulación consentida de diferenciales de inflación, que ha deteriorado la competitividad de los productos y servicios. Si hace un año España tenía un notable diferencial de crecimiento a favor con la UE, y recortaba sin cesar niveles de renta per cápita con la Unión, hoy los diferenciales -en contra- de los precios han limado la participación de España en los mercados internacionales, que es la mejor vara de medir la competitividad. Antaño la solución era la devaluación. Ahora sólo están permitidas otras. Se trata de ajustar costes y precios, y mejorar los componentes no cuantitativos de la competitividad: calidad, promoción e imagen de marca.