Cervecerías secretas en Bruselas
El aficionado a la cerveza puede encontrar en Bruselas un paraíso de sabores, texturas y graduaciones. Las guías turísticas o el personal del hotel donde se pernocte encaminarán al turista hacia las direcciones más trilladas para degustar una de las 450 variedades de cerveza que produce Bélgica.
Las citas inevitables apuntan a cervecerías clásicas como Le Roi d'Espagne (en la mismísima Grand Place) o a las mesas corridas de æeuro; la Mort Subite (a un paso de las elegantes galerías de St Hubert). Junto a la Bolsa podrá uno apiñarse en el Falstaff y, alejándose un poco del centro por la rue Royale, se alcanza el aire melancólico y una pizca deprimente de De Ultieme Hallucinatie.
Pero para el catador más selecto o el viajero reincidente en la ciudad, Bruselas esconde rincones donde la libación de cerveza se transforma en un culto exquisito.
Sin necesidad de alejarse del centro histórico, La Fleur en Papier Doré (rue de Alexienes, 53) compensa la escasa carta con el insuperable encanto de sus tres pequeñas salas, refugio habitual de los pintores surrealistas del siglo pasado. En la última sala, a la izquierda, incluso cuelga un apunte original de la artista portuguesa Vieira da Silva.
La carta presumiblemente más abundante de Bruselas la ofrece Chez Moeder Lambic (Rue de Savoie, 68, detrás del ayuntamiento del barrio de Saint Gilles). La indecisión llega a atenazar al recorrer el grueso menú que, por orden alfabético, tienta con casi 700 marcas de cerveza. El azar a veces lleva hasta joyas ocultas como la cerveza tostada Le Gaulois, y los propietarios del lugar, aunque no son un derroche de simpatía, siempre pueden describir con certeros adjetivos alguna marca preferida de la casa.
Si es miércoles, entonces esa muchedumbre tomando cañas al aire libre señala la puerta del Chatelain. Esta cervecería de la plaza del mismo nombre (en Ixelles, el barrio de moda entre los forasteros que trabajan para las instituciones comunitarias) consigue su máxima efervescencia durante la tarde del mercado semanal, cita de los mejores delicatessen ambulantes de la ciudad. Los 11 grados de la cerveza de la casa, De Kasteel, hacen recomendable tapear algo en uno de los puestos cercanos.
En el mismo barrio, otra plaza, la de Flagey, da nombre a una de las cervecerías ideales para ver y ser vistos, y codearse, sin saberlo, con las celebridades locales en su traje de desconocidos universales. La moda impone aquí Vedett, una cerveza refrescante y suave que siempre entra bien, y especialmente en estos días estivales.
A desmano, quizá, para el turista, pero muy bien situado para los funcionarios del gobierno belga (no por nada, el local cierra sábados y domingos), Le Bier Circus recompensa la visita con una extensa carta de unas 200 cervezas distintas para elegir y degustar.
A pesar de que su fachada es poco prometedora para el que se acerca por primera vez al igual que el carácter anodino de la decoración, el local es una cita inexcusable para el aficionado de verdad a tan celebérrima bebida (rue de l'Enseignement, 89).
Y de regreso al centro histórico de la ciudad, la penúltima cerveza espera quizá en el Cirio, otrora tienda de especias y hoy local muy frecuentado por los corredores de la cercana Bolsa.
O en el Greenwich (rue de Chartreux, 7), a mitad de camino entre la solera y lo rancio. Nada que no se pueda superar con una Westmalle Triple... no muy fría.
Para belgas y extranjeros
Bélgica rebosa cerveza. Aunque el consumo per cápita (96 litros por año) se sitúa entre los más altos de la UE (en España, 73,4 litros), las 115 cerveceras belgas deben exportar casi la mitad de su producción anual (más de 15 millones de hectolitros). España fue el destino de 123.000 de esos hectolitros.