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Columna
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Se atisban vacas flacas

No hay que ser un émulo de Cassandra ni hacer alarde de clarividente para anunciar un cambio en este anómalo ciclo cuando la recuperación económica, impulsada por Norteamérica, está desembarcando por fin en Europa, aunque sea tímidamente. El crecimiento económico de EE UU es efectivamente fuerte, pero el inmarcesible consumidor norteamericano, que cual nuevo Atlante ha tenido sobre sus espaldas el peso de la economía mundial, gastando y gastando más allá de sus posibilidades, ya acusó en junio cierto cansancio, que se podría acentuar -dado un nivel de endeudamiento de las familias del 113% de su renta disponible- con el reciente aumento del tipo de interés de la Reserva Federal y los que se prevén.

Este escenario se podría trasponer a la economía española, a la que quizás se ajuste mejor, pues los siete años de vacas grasas de la referencia bíblica ya han sido ampliamente superados y la aparición de sus desmejoradas hermanas podría estar aquí más próxima.

La rosa y la espina del crecimiento en este extraño ciclo económico son respectivamente un sector público en equilibrio y un gasto excesivo de las familias en consumo y viviendas generador de tensiones inflacionistas y un elevado déficit exterior corriente.

Pero esta rosa está perdiendo su lozanía. La reciente revisión de las cuentas públicas han sacado a relucir un déficit del Estado en 2004 importante (lo que deja en entredicho la labor auditora de la Comisión Europea) frente al superávit que cabría esperar de un crecimiento económico superior al potencial por segundo año consecutivo. La razón de este deterioro de las finanzas públicas hay que buscarlo en parte en el recorte electoralista del IRPF, como puede apreciarse en una caída anual de más del 10% hasta mayo en su recaudación, comparada con un aumento del 8% del resto de los ingresos impositivos.

El consiguiente aumento de las rentas de las familias se ha reflejado en un mayor consumo, pero también en un mayor desequilibrio interno (el IPC subió en junio un 3,5% anual) y externo (la importación de bienes de consumo no alimenticio creció en abril casi un 25% anual en volumen). El recorte del IRPF puede tener también otros efectos negativos. Podría acrecentar aún más el déficit del Estado el año próximo si a la pérdida de ingresos por renta se añade la de otros conceptos impositivos, si el impulso de la construcción de viviendas comienza a fallar. Está además incitando a acrecentar aún más el excesivo nivel de endeudamiento de las familias, a juzgar por el aumento del crédito hipotecario de casi el 50% anual en marzo.

Así se ha seguido inflando sin control la burbuja inmobiliaria (cuya existencia ha sido por fin reconocida oficialmente por la máxima autoridad económica a nivel técnico, el jefe de la Oficina Económica del presidente) a pesar de las continuas y, como se ve, desatendidas llamadas a la prudencia del Banco de España a la banca para frenar la exuberancia irracional del mercado inmobiliario. En circunstancias similares el Banco de Inglaterra subió el tipo de interés en tres ocasiones en lo que va de año hasta el 4,25%, lo que seguramente hubiese querido imitar el Banco de España. Es, pues, perfectamente comprensible el interés del gobernador de esa institución por el nuevo marco regulatorio prudencial, el llamado Basilea II, cuando la banca muestra una tendencia a minimizar el riesgo de una involución de la burbuja inmobiliaria.

Y todo indica que ese riesgo es importante y va en aumento. Primero porque la experiencia señala que cuanto más se alejan los precios de los activos financieros e inmobiliarios de lo razonable más improbable es que se ajusten ordenadamente. Además, el elevado y creciente endeudamiento de las familias va a hacer insostenible el servicio de la deuda, sobre todo cuando el oráculo Greenspan ha dado a entender que el sendero al alza de los tipos podría ser más rápido de lo previsto. Y según un estudio de la OCDE un aumento en EE UU del 1% del tipo de interés en términos reales determina una subida del 0,6% en 12 meses a nivel global.

Es difícil saber en qué momento y con qué intensidad se va a producir el impacto negativo de un posible (y probable) aumento del tipo de interés sobre el mercado inmobiliario español y, como consecuencia, sobre la actividad económica. A la incertidumbre que para el crecimiento esto pueda crear hay que añadir el obstáculo a la expansión que supone la persistencia de una tasa de inflación injustificadamente elevada, un importante y creciente déficit corriente exterior y, sobre todo, una productividad persistentemente aletargada.

De la evolución de todos estos factores va a depender que en 2005 se perciban las vacas flacas, pero todavía en lontananza, o que ya se las oiga mugir.

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