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Columna
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Lo que yo te diga

Contaba un buen amigo donostiarra la imbatible dialéctica de su abuela cuando en las sobremesas familiares fijaba su posición y luego de escuchar cuantas objeciones se le presentaran, convertía en inalterable su tesis inicial repetida como un estribillo precedido siempre del 'sí, pero lo que yo te digo'. O sea, que primero con el 'sí' tenía la cortesía formal de acusar recibo de los argumentos en contra; segundo, con la conjunción adversativa 'pero' daba a entender cómo se aferraba a la incólume vigencia del dogma de partida, y tercero, mediante la expresión 'lo que yo te digo' daba entrada a la reiteración del propio criterio, investido de una renovada autoridad después de superar las pruebas de erosión ambiental a las que había sido sometido.

Contaba también cómo su abuelo departía acodado en la ventanilla del vagón con un pequeño grupo de adictos entusiastas que habían acudido a despedirle y daba respuestas a las inquietudes que le planteaban. Precisa mi amigo que, cuando empezaba la máquina a ponerse en marcha, todavía uno de los admiradores de su abuelo quiso ser ilustrado sobre cómo debía recibirse la teoría de la relatividad que apuntaba entonces como una novedad científica. La locomotora se iba desperezando con aquellos cha…, cha…, cha… y escupiendo las primeras bocanadas de vapor y parece que fue entonces cuando don Víctor dijo aquello de 'ya hablaremos a la vuelta, amigo Mendiguren, pero de la teoría de la relatividad, nada'. Con el imaginable consuelo del recipiendario.

Pero el caso del día del que vamos a ocuparnos ahora tiene otra denominación de origen. No es de San Sebastián, sino de Logroño. Y ya se sabe que eso de ser de Logroño, tarde o temprano, se paga. Estamos ante un verdadero caballero de industria, como gustaba decir José Altabella, aquel inolvidable historiador del periodismo, alguien que ha conseguido tener a España amedrentada. Pertenece a la escuela ansoniana, hizo el rodaje profesional en la redacción del que ahora llama Luis María el Abc verdadero. Pero reconozcamos que ya venía preparado de fábrica al salir de las aulas de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra.

Tan relevante logroñés siempre ha sido considerado allí, junto al río Arga, una referencia de éxito

Tan relevante logroñés siempre ha sido considerado allí, junto al río Arga, una referencia de éxito para el alumnado en formación, además de que entre el profesorado del centro arraiga la mejor piedad evangélica que siempre despliega solicitudes multiplicadas para recuperar a los en algún momento descarriados. Por eso, si alguna vez nuestro colega lo hubiera sido, le habría sido de aplicación lo que decían en Washington a propósito de la circunstancia personal del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, es decir, lo de 'será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta'. Y entendamos también cómo en esos ambientes se comparte el paradigma de que en el reino de los cielos hay más alegría y celebración por una oveja extraviada que es recuperada por el buen pastor para volver al rebaño después de cualquier exuberancia que por 99 justos que no tienen necesidad de penitencia.

En definitiva, que cualesquiera que sean las declaraciones en la comisión de investigación del Congreso de los Diputados de los responsables de la policía, de la Guardia Civil, del CNI o de San Serenil del Monte, las páginas del diario El Mundo volverán al estribillo de la abuela donostiarra para repetir aquello de 'sí, pero lo que yo te digo' y reiterarán que los confidentes son la clave, que en el aeropuerto de Fráncfort, uno de Malpartida (Cáceres) dijo haber escuchado a Josu Ternera que la ley de la gravedad no es nada en comparación con la que nos espera y que más allá de la mano de obra que puso la dinamita en los trenes del 11 de marzo está el autor intelectual de los atentados sobre el que no caben dudas porque ya enseñó la patita cuando el GAL y el episodio del corsé, narrado con tanto verismo en el libro de El desquite. Continuará.

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