¡Y luego dicen que el petróleo es barato!
El ministro Solbes, el presidente de la Reserva Federal Greenspan, la OCDE, el director general de la IATA y hasta los responsables de los Ocho Grandes han mostrado recientemente su preocupación por la evolución del precio del crudo. Y eso que gracias al amigo saudí aquél ha bajado de los más de 41 dólares que alcanzó el 17 de mayo a unos 35 dólares. Ante esta situación los analistas se agrupan en dos escuelas; los pesimistas decididos y los pesimistas optimistas. Repasemos sus argumentos.
Afirman los primeros que la situación actual pone de manifiesto que, a pesar de todos los esfuerzos -ciertamente, el precio del barril en términos reales es hoy bastante inferior al de los años setenta y las economías occidentales consumen casi la mitad de energía por unidad de producto que hace 30 años; pero no así los países menos desarrollados, como China o la India, que por unidad de producto utilizan el doble que las economías miembros de la OCDE-, la economía mundial en general y la occidental en particular siguen dependiendo de una materia prima localizada en una de las zonas más inestables del globo y que, lo cual es más desalentador, a pesar de las aportaciones de nuevos países productores como Rusia, la batuta sigue en manos de Arabia Saudí, que no es sólo el mayor productor del mundo sino, también, el que mayores reservas posee.
En esas condiciones no hay razón alguna para ser optimista: el petróleo está hoy día en una franja de precios situada entre los 35 y los 42 dólares, pero cualquier accidente podría situarlo entre los 50 y los 60 dólares. Por lo tanto, existen razones justificadas para recelar de una vuelta a la fatal combinación de inflación y estancamiento que paralizó nuestras economías en la década de los setenta, con el consiguiente incremento del desempleo y amenazas al bienestar de nuestras sociedades.
Los pesimistas optimistas suelen dar la vuelta a la interpretación negativa de esos hechos y señalan, sobre todo, que el elevado precio actual es debido, en primer lugar, a causas que tienen, en general, solución. Por ejemplo, apuntan a la existencia de atascos en la distribución en EE UU que están en vías de resolverse o a movimientos especulativos que juegan con la posibilidad de algún acontecimiento perturbador para la oferta. A ello se añade el antes mencionado ahorro de crudo por unidad de producto obtenido en las grandes economías occidentales y en Japón -¿sabían ustedes que España consume más petróleo importado por cabeza que, por ejemplo, EE UU, China, Alemania, Francia, India o Australia?- resultado de la combinación de unos impuestos elevados sobre el petróleo y sus derivados y de la pérdida de peso de la industria en relación a los servicios, que consumen mucha menos energía.
Como se habrá advertido, ambas posiciones reposan en puntos de coincidencia, lo cual deja como elemento decisivo para inclinarse por una u otra nada menos que a la posibilidad de perturbaciones en la oferta. En realidad, esa descripción es un eufemismo que se refiere a que la estructura petrolera de Arabia Saudí pueda resultar más o menos dañada por un ataque terrorista, posibilidad que actualmente se está traduciendo en una prima de riesgo valorada entre cuatro y ocho dólares por barril.
Ciertamente, es aquí donde reside la clave del problema, pues el amigo saudí no sólo produce y exporta más que nadie sino que, y eso es acaso lo más relevante, detenta las mayores reservas de crudo del planeta -¡nada menos que la cuarta parte de las reservas mundiales actualmente confirmadas se encuentran en el subsuelo del reino!-. Buena prueba de su influencia la hemos tenido las pasadas semanas, cuando la OPEC acordó aumentar la producción de crudo para frenar su precio, pues a pesar de las reticencias de algunos de sus miembros sólo los saudíes contaban con una capacidad excedentaria que les permitía poner en el mercado inmediatamente 9 millones de barriles diarios e incluso algo más de 10 si fuese necesario.
Pero ese es el talón de Aquiles de nuestras economías. Un ataque a los puertos saudíes por donde se exporta el petróleo o alguna de las gigantescas instalaciones que lo procesan podría reducir dramáticamente -algunos cálculos cifran en la mitad o algo más de la actual producción saudí- la oferta mundial de crudo por un periodo que podría oscilar entre varias semanas y algunos meses. Aun contando con las reservas estratégicas actualmente existentes, el golpe sería tremendo y demuestra la insensatez que supone no volcar todos los esfuerzos posibles en encontrar rápidamente fuentes energéticas alternativas al petróleo.