Buen gobierno, táctica de avestruz
A cualquier persona ajena al endogámico mundillo de las finanzas le resultará, con toda seguridad, chocante que de un tiempo a esta parte se desperdicien salas de conferencias y toneladas de celulosa para tratar del 'buen gobierno'. Pues muy bien, se preguntará el inopinado observador, ¿y qué es el buen gobierno? Resulta que el buen gobierno, ni más ni menos, consiste en que quien manda en las empresas haga las cosas bien.
Eso, en buena lógica, implica que antes se hacían rematadamente mal. Parece que tampoco. El discurso oficioso es que los Enron, Worldcom o Parmalat fueron casos aislados dentro de un mar de compañías que hacen las cosas correctamente. Y, siendo uno lo suficientemente humilde como para suscribir o refutar esta tesis, se queda sin saber a qué obedece la extraña moda de hacer las cosas bien.
Es un hecho que la presión de los mercados financieros supone, para los gestores de las empresas, un incentivo que distorsiona o puede distorsionar sus decisiones. Estimula comportamientos que, en el mejor de los casos, no favorecen a largo plazo a accionistas y empleados. A pagar, por ejemplo, miles de millones de dólares por licencias UMTS.
No se trata de que los ejecutivos sean perversos o ineptos. Con el aliento del mercado exigiendo un crecimiento de los beneficios del 15% -contrario a cualquier lógica económica-, los gestores pueden elegir entre el efectismo -ahora compro, crezco y subo en Bolsa; luego vendo, despido y bajo- o la cola del paro. Pero eso es mentar la bicha. Es más cómodo esconder la cabeza y disertar sobre el buen gobierno.