Ejecutivos apolíticos
Antonio Cancelo recomienda a los directivos, por el bien de la compañía, mantener una cordial relación con los gobernantes y abstenerse de realizar manifestación pública sobre sus ideas políticas
En el complejo mundo de las relaciones, que llena un espacio notable en la vida de los directivos, juega un papel importante la posición relativa que cada uno ocupa, lo que siempre hace referencia al poder detentado. Puede que no se trate de un poder formal, que se limita al ámbito interno de las organizaciones, pero existe una capacidad de influencia que determina, o al menos condiciona, las actitudes y los comportamientos. Esa capacidad de influencia, que no se explicita pero que todos conocen, ejerce como auténtico poder, siendo preciso aceptar las normas no escritas, si se desean alcanzar los objetivos que dan origen a la relación en la que se expresan las situaciones relativas de las partes. Saber estar hace referencia a diferentes realidades, incluyendo la capacidad para aceptar dependencias no contempladas en ningún organigrama.
Entre la multitud de relaciones complejas que los directivos, en particular los de primer nivel, deben saber gestionar, se encuentran las de carácter político, en el más estricto sentido de la palabra, es decir, las que tienen que mantener con los gobiernos y con los partidos. Resulta en verdad complicado crear una relación favorable, sin caer en redes de identificación que a la larga pueden resultar perjudiciales. Aunque no sea demasiado frecuente, a veces se escucha a altos directivos manifestaciones públicas en las que cualquier observador atento puede percibir la identificación del que habla con un determinado partido político. Claro que el directivo, como todo ciudadano, tiene pleno derecho a pensar como le apetezca pero, sin embargo, caben todo tipo de reservas sobre la conveniencia de expresar públicamente sus convicciones políticas. Las empresas tienen serias dificultades para crear la imagen a la que aspiran y que desearían ver reflejada en la opinión de clientes y consumidores, e incluso en la de todos los ciudadanos. Pero las imágenes no se generan en abstracto y uno de los vehículos de transmisión más adecuados es el de sus máximos representantes. En este sentido, el dirigente empresarial no goza de plena libertad, hallándose condicionado por las definiciones previas que la empresa ha establecido, a cuyo dictado deberá someterse durante el desempeño de su tarea.
'Serán pocas las empresas españolas que quieran expresar su adhesión pública a los partidos existentes'
Si bien en otras culturas las empresas se identifican con la propuesta política de uno u otro partido, creo que serán pocas las empresas españolas que quieran expresar su adhesión pública a cualquiera de los partidos existentes. En todo caso si alguna lo hiciera, lo realizaría exclusivamente desde la visión de la propiedad, lo que de algún modo traicionaría la concepción de la empresa moderna que trata de integrar los intereses de sus trabajadores, clientes o proveedores.
La opción de las empresas por contemplar la visión plural que integran, coloca a sus directivos ante la única postura posible de separación de sus convicciones individuales y sus manifestaciones públicas, que deben ser coherentes con la apoliticidad, en términos partidistas, que caracteriza a la mayoría de las empresas.
Las relaciones individuales de los directivos con los políticos se producen con mayor frecuencia con aquellos que en cada período detentan el poder y de esos contactos deben derivarse realizaciones positivas que redunden en beneficio de las empresas y de la sociedad en general. Rara vez aparecen en esos contactos sugerencias, al menos explícitas, de proximidad ideológica deseada para lograr los fines que se persiguen, pero es verdad que, como humanos, todos nos sentimos más a gusto con los próximos que con los lejanos. Gestionar esa cercanía, sin ningún atisbo de identificación, es un buen consejo para la actuación práctica, lo que puede hacerse sin traicionar nada porque siempre es posible encontrar espacios comunes en las cuestiones de ámbito general que afectan a la empresa, como el crecimiento, la internacionalización, la inversión y la innovación.La cercanía y las buenas intenciones no eximen del conflicto cuando las posiciones de las partes se hallan distanciadas en asuntos que conciernen a cualquier ámbito de la gestión empresarial, por ejemplo, a determinadas posiciones tendentes al intervencionismo. En estos casos las discrepancias razonadas deben encuadrarse en un marco de respeto, conociendo muy bien a quien competen las responsabilidades finales.
El poder político es, por su naturaleza, cambiante, por lo que la identificación con cualquiera de los protagonistas daría lugar a inevitables distanciamientos más tarde. La propia configuración política actual permite una pluralidad de gobiernos en los diferentes territorios que refuerza la conveniencia del mantenimiento de relaciones positivas con distintas visiones políticas, lo que sería prácticamente imposible con vinculaciones de carácter partidista.
Todo lo dicho, sacado por otra parte de la experiencia, no rige para las empresas de comunicación, pero al parecer estas se rigen por criterios diferentes, entre los que muchas han elegido una vinculación partidista de la que casi hacen gala y así lo manifiestan sus directivos. Quizá constituyan la excepción que confirma la regla porque nacen con un objetivo específico, pero para el resto de las empresas y de sus directivos, la neutralidad política y la buena relación y colaboración con quienes en cada momento detentan el poder es lo aconsejable.