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Columna
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UE: actor económico, espectador político

Las elecciones europeas han pasado, la ampliación es ya un hecho, y, sin embargo, Europa sigue siendo un proyecto inmaduro. Queramos o no, tendremos que acelerarlo como respuesta a los grandes retos a los que nos enfrentarnos en estos próximos años. Se van a presentar buenas oportunidades económicas, pero, también, grandes riesgos políticos. Para los primeros estamos bastante bien preparados; para los segundos, no.

La economía internacional va a crecer. Los síntomas de esta aceleración, a pesar del preocupante costo del petróleo, son cada día más evidentes. El consumo mundial crece, y parecen superarse los largos años de ralentización económica. Europa se beneficiará de la fuerte demanda exterior, especialmente en tecnologías y productos y servicios de alto valor añadido. Por eso debemos reforzar nuestras inversiones en tecnología y educación, sin relajar los criterios de estabilidad.

Nuestra competitividad no se basará nunca más en el costo de la mano de obra, sino en mejoras de productividad y de capacidad de innovación. No comparto tantas opiniones pesimistas con respecto al futuro económico europeo. Creo que tenemos margen para crecer, manteniendo además una de nuestras señas de identidad, un razonable Estado de Bienestar.

Europa debe tener voz propia, pero para ello es imprescindible también que tenga voz única ante terceros

Europa seguirá siendo un gigante económico, y las instituciones ya creadas, como el Banco Central Europeo, ayudarán a ese fin. Sus responsables tendrán que arbitrar un real mercado único laboral -hasta ahora casi inexistente-, para que sea realmente factible casar adecuadamente las ofertas y las demandas de empleo, independientemente del lugar geográfico donde se encuentren. Tenemos que favorecer la movilidad interna de los europeos, desarrollando adecuados instrumentos de intermediación laboral.

Otro gran reto a abordar será el de una eficaz gestión de las migraciones, que seguirán siendo necesarias para nuestro modelo de desarrollo. No debemos nunca olvidarlo. La política migratoria no debe ser tan sólo policial; debe tener también una importante componente laboral.

¿Seguiremos siendo un gigante económico con los pies de barro? Aunque la Constitución europea significará un avance, el poder político real seguirá residiendo en los Estados miembros, el Parlamento Europeo continuará con un poder muy limitado y en política exterior los avances serán demasiados modestos.

Europa debe tener voz propia, pero para ello es imprescindible que tenga voz única ante terceros. Y esto, que es fácil de decir y predicar, es imposible en la actualidad, donde la política exterior es competencia exclusiva de cada uno de los Estados miembros.

El responsable de política exterior de la Unión se arrastra por medio mundo sin que nadie lo tome demasiado en serio. Debemos ser comprensivos con el celo con que los Estados defienden las parcelas básicas de su soberanía, como es la de política exterior, pero debemos ser conscientes que esa fragmentación en el establecimiento de los intereses comunes nos debilita sensiblemente. Casos como el de Bosnia, o el de la Guerra de Irak están demasiados cercanos como para que tengamos que insistir en ello.

Los debates se siguen planteando en términos de intereses nacionales. Los políticos prometen ante sus audiencias electorales que 'defenderán sus intereses nacionales' mejor que sus rivales. Todos quieren aparecer como defensores de los intereses domésticos frente a una Europa fagocitadora. Si en cada país el debate es el mismo, esto es, ver cómo se le mete mano a Europa para favorecer al país respectivo, ¿quién piensa en Europa?

Los Estados-nación todavía son los únicos sujetos reales de poder, y lo serán todavía por bastante tiempo. Aunque es verdad que empiezan a ser instituciones que presentan serias limitaciones para poder ordenar un mundo global y abierto, son las únicas realidades políticas consolidadas hasta la fecha. Y además son muy celosas de sus competencias. Pero debemos ser optimistas. De hecho, la propia Unión Europea es un puro milagro. Parece increíble que tantos países hayan aceptado crearla, cediendo una parte de su soberanía. No existen muchos precedentes en la historia de esa generosidad constructiva. Bien está el camino recorrido hasta la fecha.

Tampoco nuestras relaciones internacionales deben referenciarse exclusivamente a favor o contra lo que hace EE UU. Tenemos que iniciar líneas propias en política exterior, sabiendo, eso sí, que el liderazgo corresponde hoy por hoy a la potencia americana, que en última instancia siempre será para un socio imprescindible.

Por eso proponemos un sencillo lema a nuestros próceres europeos que se reúnen mañana en la Cumbre de Bruselas: potencia económica sí; política, también.

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