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Toros

Ponce, magistral en Madrid

La fiesta es pasión. Pero no injusticia. Y ambas cosas se vivieron ayer en la faena de Enrique Ponce a su segundo toro, un trasteo de maestro que llegó a enfrentar a los dos fundamentales sectores de la plaza. La minoría se lo negó todo. Se lo intentó reventar todo, pero el resto de la plaza reaccionó hasta hacerles callar. Y como origen de todo ello, una gran faena de Ponce a un toro que mejoró a lo largo de la faena por la sabia lidia del valenciano.

A base de seriedad, de exponerle, de llevarle muy sometido siempre con pulso y gran valor, Enrique Ponce acabó cuajando al toro de Valdefresno. De mitad de faena en adelante, justo cuando el toro se entregó y renunció a muchos de sus problemas, la faena alcanzó una dimensión cercana a la obra maestra. Los muletazos finales por abajo, cambiándose el trapo de mano, tan de Ponce, fueron sensacionales. Escuchó un aviso toreando, y otro más después de pinchar en tres ocasiones. No hubo trofeos, pero sí el reconocimiento mayoritario de los aficionados. El pequeño sector de público que intentó cargarse la faena siguió protestando. Estaban en lo suyo.

La corrida de la confirmación de alternativa de Sebastián Castella dio poco más de sí. Castella lo intentó en ambos toros, pero con más intenciones que resultados. Demasiado tropezado por su noble primero, absolutamente nada pudo hacer con el paradísimo quinto. Además, le mató muy mal. En el de la confirmación, comenzó la faena con tres ceñidos péndulos, y aunque luego hubo muchos más muletazos, esto fue lo mejor de todo.

Matías Tejela se enfrentó a un primer toro sin raza y sin emoción, y a otro que fue casi un calco de éste. Tejela, tan fresco y enrabietado en su primera actuación, el día 19 de mayo, en las dos siguientes corridas, incluida la de ayer, pareció un torero más conformista. Sin opciones reales, pero también sin la fibra que asomó el primer día.

La corrida de Valdefresno salió seria, muy floja, sin casta y en general venidos abajo. Sólo las sabias manos de Ponce lograron el milagro en el cuarto de la tarde. El resto fue nada o casi nada, porque este mismo torero había estado muy suficiente con su manso primero, al que toreó en redondo, tocándole mucho y dejándole la muleta puesta en la cara. Sin la importancia que luego tuvo su segunda faena, en ésta ya se apreció la disposición que el valenciano traía a su única corrida en San Isidro.

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