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Columna
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El lenguaje de los gestos

La política es un arte, y en el arte de la política es fundamental no sólo la comunicación, sino también el lenguaje de los gestos. Cuando uno quiere exhibir un talante, o un cambio de talante, tiene que recurrir esencialmente a la comunicación gestual. Es desde esta perspectiva desde la que hay que analizar el anuncio del nuevo Gobierno de retirar el contingente militar español destacado en Irak. Fue la primera decisión del nuevo Ejecutivo, cuando todavía estaba caliente la toma de posesión y la publicación de los nombramientos en el BOE. Todo un gesto, en todos los sentidos, también en el de cumplimiento de una promesa electoral.

Que un Gobierno cumpla sus promesas electorales siempre es bueno, sobre todo en el terreno de la credibilidad y del fortalecimiento de la democracia. Pero este es un gesto en todos los sentidos, no sólo hacia el cuerpo electoral y hacia la credibilidad, lo es también hacia la trayectoria del partido político que actualmente administra este país. Todos recordamos el celebérrimo 'OTAN, de entrada no' que acabó transformándose en un referéndum de permanencia con ciertas condiciones, después de haber capitalizado políticamente las movilizaciones populares antiatlánticas cuando se estaba en la oposición. Esta vez no ha sido así, sea por convicción, o por necesidad, o porque se hace de la necesidad virtud.

Vaya por delante que me parece una decisión absolutamente legítima, y además, plausible por la dosis de credibilidad que aporta. El nuevo Gobierno, investido de la legitimidad democrática que sólo las urnas pueden otorgar, podía adoptar esta decisión o cualquier otra, la retirada inmediata, la permanencia condicionada o la permanencia tutelada por la ONU. Pero una cosa es la legitimidad democrática y otra la oportunidad política. ¿Una cosa es la democracia y otra la razón de Estado? No, no son necesariamente irreconciliables, una es el soporte de la otra. En cualquier caso, la razón de Estado existe, no tiene los resabios de maquiavelismo autoritario que sólo una visión simplista podría atribuirle, y es especialmente sensible a ella la política exterior.

El interés general de España debe permanecer en el tiempo y estar inmunizado ante los cambios de Gobierno

Quiero decir que la política exterior es materia de Estado, permeable al pacto de Estado, y al consenso que, más allá de los legítimos intereses partidistas, vele por el interés general de España. Y ese interés general de España debe permanecer en el tiempo y estar inmunizado ante los cambios de Gobierno.

No entro en otros debates, como el posible efecto dominó que la retirada de nuestra tropas puede producir en otros países (Honduras, Polonia), o si la decisión del Gobierno español puede ser aplaudida por algunos socios comunitarios (Francia) y criticada por otros (Polonia o Italia), o cómo queda nuestra relación con EE UU, o nuestro grado de compromiso en la lucha contra el terrorismo internacional tras el lacerante azote que España recibió el 11-M, u otras cuestiones que podría suscitar el anuncio de retirada de las tropas.

Digo simplemente que el prestigio y la credibilidad de nuestro país como actor destacado en la escena internacional, no puede quedar al albur de un cambio de Gobierno.

No podemos olvidar que somos miembros activos de la UE, ni tampoco despreciar el vínculo atlántico. La Unión Europea y EE UU no son dos realidades antitéticas, siquiera sea por su mutua afiliación occidental. No podemos sacrificar nuestra relación con Italia o Gran Bretaña, para congraciarnos con Francia o Alemania. Hay que buscar un punto de equilibrio entre una promesa electoral, respaldada en las urnas, y nuestra responsabilidad solidaria con la comunidad internacional en la administración del Irak post-Sadam.

Nuestro país tiene experiencia que aportar en la gestión de una transición democrática, y puede aportarla también en Irak. La ONU también, y quizás habría que haber esperado su posible intervención. Si el efecto dominó se propaga, y no sólo España y Honduras retiran sus tropas, esa intervención de la ONU no tendrá sentido.

Más allá de los gestos, dormita la política de Estado, y la creación de un espacio de consenso entre los dos grandes partidos que dominan nuestra escena política, cada uno con su legitimidad democrática, cada uno con su responsabilidad política.

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