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Columna
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De atrevimientos y concordias

Del Gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, que ha tenido una salida de pura sangre, esperemos que no tenga llegada de percherón. Se ha terminado la excepcionalidad del hermetismo, se ha desterrado el cuaderno azul, con su camisita y su canesú, hemos ido sabiendo con naturalidad quiénes iban a acceder a las distintas carteras ministeriales y no ha temblado el misterio ni se ha disuelto el poder. El Congreso de los Diputados sometido a más de ocho atmósferas de presión se manifiesta ahora en condiciones normales, tras proclamar Zapatero en su discurso de investidura la legitimidad de todas las expresiones de los representantes de la soberanía nacional. Se acabaron las rigideces impuestas según las cuales cualquier desviación del dogma de la mayoría pasaba a merecer el anatema aznarista. Se nota un cambio climático y queda claro que, como sostiene Geofrey Parker, el éxito nunca es definitivo ni permanece indefinidamente en las mismas manos.

Por eso, la solemne inauguración de la VIII Legislatura por el rey don Juan Carlos estuvo llena de detalles significativos. Primero en las tribunas de invitados, con la presencia de los presidentes de las comunidades autónomas incluido el lendakari vasco, Juan José Ibarretxe, a quien se pudo ver por ejemplo departiendo con sus colindantes, los presidentes del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. Estaban los jefes de Estado Mayor del Ejército, de la Armada y del Aire y a su frente el del Estado Mayor de la Defensa, pero también el nuncio, el presidente de la Conferencia Episcopal, los ex presidentes del Congreso Landelino Lavilla, Fernando Álvarez de Miranda y Félix Pons, o los ex presidentes del Senado Antonio Fontán y José Federico de Carvajal, y el nuevo presidente del Consejo de Estado, Francisco Rubio Llorente. Podía verse a figuras de siempre, como Santiago Carrillo o Miguel Herrero de Miñón, y a Rodrigo Rato a punto de marchar a Washington para hacerse cargo del Fondo Monetario Internacional sentado en la última fila de la bancada del PP después de tantos años en el segundo puesto del banco azul del Gobierno.

El presidente del Congreso, Manuel Marín, acertó con el tono al invocar el regreso de los mejores espíritus del consenso. Dijo que se iba a permitir el atrevimiento de rehacer la forma y las ganas con las que el Parlamento había sido capaz de resolver otros importantes momentos relacionados con la Constitución y la Política, con mayúsculas. Citó al Rey sin mencionarlo en algunas de sus intervenciones de otras aperturas de Legislaturas. Y esas citas le sirvieron para recordar que la Constitución no encierra en una fórmula ritual el pasado, sino que dinamiza el presente en una tensión constante que lo convierte en el germen de un futuro vivo y no solamente utópico.

Hemos ido sabiendo con naturalidad quiénes iban a los distintos ministerios y no ha temblado el misterio

También para solicitar a los diputados y senadores un esfuerzo de creatividad, de imaginación, de equilibrio, que pueda hacer de nuestra democracia un punto de referencia a la hora de medir la capacidad de rejuvenecimiento de una nación que se apresta a decidir su porvenir. Y todos, salvo la Familia Real, aplaudieron la entrada de don Juan Carlos y las palabras de Marín y las posteriores del Rey.

Don Juan Carlos mencionó el ejemplo que se ha dado al mundo de buena coordinación y eficaz funcionamiento de las distintas Administraciones públicas, así como de inmensa solidaridad del pueblo español a propósito del más brutal ataque terrorista nunca sufrido por España, que nos sumió a todos en un dolor y una indignación difíciles de soportar. Luego ponderó el consenso plasmado en la Constitución capaz de garantizar un futuro de concordia y de integración solidaria dentro del respeto a la rica pluralidad y diversidad de España.

Y la concordia fue el estribillo recurrente del resto de su intervención. Ponderó cómo nuestra democracia es el resultado de muchos esfuerzos y sacrificios, de múltiples ilusiones y renuncias, así como de una firme voluntad de construir una España moderna, tolerante y solidaria. Pidió que las eventuales adaptaciones de nuestra norma fundamental, siempre conforme a las reglas y procedimientos fijados para ello, se acometan con el mismo espíritu de consenso que permitió alumbrarla.

Así que sobrevendrán aciertos y errores pero tendremos todos el derecho a equivocarnos sin que la espada flamígera nos aniquile y el próximo viernes, hablaremos del Gobierno. Vale.

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