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CincoSentidos

Atenas, cita olímpica

El gran reto era llegar a tiempo. Grecia, el país que inventó hace 2.700 años esa expresión de concordia que son los Juegos Olímpicos, se quedó con mal sabor de boca en 1996; pretendió entonces hacerse cargo de los juegos del centenario (como se había encargado en 1896 de los primeros juegos de la era moderna). Pero fue Atlanta la que se llevó el gato al agua. Ahora Atenas pretende organizar los mejores juegos de toda la historia, antigua y moderna. Desafío complicado, porque Atenas es bastante caótica. Esencialmente, es una ciudad moderna. Poco antes de ser elegida capital, en 1834, era apenas una aldea de 4.000 vecinos, y la Acrópolis, un campo de ruinas que había sido cantera de arqueólogos ladrones. Fue en los pasados años sesenta cuando creció desordenadamente, hasta acoger unos cuatro millones de habitantes, la cuarta parte de la población griega.

Para disgusto de amantes del arte, los atributos que distinguen a esta metrópolis atropellada son, además del caos circulatorio, el ruido y la polución. El gran reto era solucionar todo eso, aparte de tener a punto las pistas olímpicas. Cambiar la ciudad, no sólo de pellejo, sino sobre todo de esqueleto. Para lograrlo no se han escatimado medios: el presupuesto oficial para los Juegos Olímpicos es de 1.920 millones de euros; pero más importante aún es la partida destinada por el Gobierno para mejorar las infraestructuras: 4.640 millones de euros. Se ha puesto a punto un nuevo aeropuerto, se ha mejorado la red de metro y tranvías (pasando de 19 y 14 kilómetros a 45 y 24, respectivamente), se ha creado un cinturón peatonal que une la Acrópolis, el Philopapu y el Thisio, una de las obras más visibles y llamativas.

Además, se ha querido conseguir lo que ya hizo Barcelona en su día: abrir la ciudad al mar. Las estructuras olímpicas bordean la costa cerca del estadio Panathinaikos (el que acogió en 1896 los primeros juegos de la era moderna). La perla de esta ciudad deportiva es el estadio olímpico, remodelado por Santiago Calatrava, que dispondrá de una gran cubierta de vidrio. Fuera de esa zona, toda Atenas ha sido un campo de andamios y grúas, que van cayendo como vainas inútiles para dejar a la vista una ciudad primaveral y aspecto risueño.

El turista agradece estas cosas, pero lo cierto es que va a dirigir sus pasos ante todo hacia el ombligo de la ciudad, la Acrópolis. También aquí se han realizado largas labores para que la ciudad de Pericles recuperase su esplendor. Ese cerro era el centro político y sagrado de la urbe en el siglo V antes de Cristo. La gloria y la democracia atenienses duraron poco y, sin embargo, su eco a lo largo de la historia ha sido formidable: todavía en la América de hoy, o en Australia, se hacen edificios ornamentados con los órdenes dórico, jónico o corintio, y en cuanto a la democracia, inventada entonces, en eso estamos, en revivirla.

La Acrópolis que pisa el turista actual es y no es similar a la que viera Pericles. Los templos y edificios siguen siendo esencialmente los mismos: los Propileos o pórticos de entrada, el pequeño templo de Atenea Niké a la derecha, el soberbio Partenón en el centro, el elegante y más reducido Erecteion sobre el escarpe norte de la colina. Pero su aspecto era muy distinto a la palidez ebúrnea de ahora; entonces los mármoles estaban pintarrajeados de colores chillones. Detrás del Partenón hay un museo donde están a buen recaudo fragmentos y esculturas originales (los pocos que escaparon al pillaje). Y en la falda hay dos teatros, uno más antiguo, el de Dionisos, donde estrenaban sus tragedias Esquilo, Sófocles y Aristófanes, y otro más moderno y restaurado, donde se siguen representando espectáculos del Festival de Atenas, cada verano. Todo lo demás digno de verse está cerca o en torno a la Acrópolis: el templo de Zeus Olímpico, el Ágora antigua, el templo de Teseo (el mejor conservado de Grecia) o la Torre de los Vientos, un reloj hidráulico y solar.

Por allí está el barrio de Monastiraki y, rodeando la Acrópolis por el flanco oriental, el típico de Plaka. Fuera de esto, el turista tiene poco que hacer, como no sea ir al Museo Arqueológico, a la plaza Syntagma, a ver el cambio de guardia de los ézvones ante la tumba del soldado desconocido, o a la plaza Omonía, a trastear por bancos y oficinas. O subir al monte Licabeto y ver toda Atenas, Acrópolis incluida, a vista de pájaro.

Guía para el viajero

Cómo irOlympic Airways (915 419 945) tiene vuelos diarios a Atenas desde Madrid y Barcelona. La tarifa más económica desde ambas ciudades es de 268 euros ida/vuelta más tasas. Iberia (902 400 500, www.iberia.com) reservando con antelación, se pueden conseguir billetes de ida/vuelta por 208 euros más tasas.AlojamientoHotel Grande Bretagne (plaza Syntagma, tel.: 331 44 44), hotel de lujo construido en 1862 como anexo al palacio real (hoy Parlamento) para albergar a altos dignatarios y jefes de estado; a partir de 300 euros la habitación. Hotel Adonis (Kodrou, 3, teléfono 324 97 37), establecimiento moderno y confortable, con buenas vistas sobre la Acrópolis; 46 euros la doble. Hotel Kouros (Kodrou, 11, tel. 322 74 31) alojado en una casa antigua del típico barrio de Plaka, 25 euros la habitación doble.ComerIdeal (Panepistimiou 46, 330 30 00), es el restaurante favorito de políticos, hombres de negocios, y de la alta sociedad en general; se pueden ver caras famosas a la hora del almuerzo; cocina local y platos tradicionales. Kitrino Pothilato (Keramikou 116, 346 58 30), la bicicleta amarilla sería el nombre traducido, uno de los lugares más chic de Atenas, un inmenso almacén con decoración ultramoderna regentado por el chef Yiannis Baxevannis. En el barrio de Plaka se puede encontrar cualquier tipo de opción, desde locales populares hasta los más refinados.

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