Virtudes públicas y resultados electorales
Los ciudadanos españoles no examinaron al Gobierno del PP sobre sus políticas a la hora de ir a votar el 14-M. Más bien, lo examinaron por sus virtudes públicas. Y la mayoría decidió suspenderle. Tal es, probablemente, la enseñanza clave que la política debería de aprender del asombroso e inesperado resultado de las pasadas elecciones.
Cuando hace un año, en torno al 15 de febrero, día de las grandes manifestaciones en todo el planeta en contra de la guerra de Irak, varios periódicos comenzaron a hablar de la emergencia de una 'opinión pública mundial', realmente acertaron. Se había creado un movimiento de ciudadanos activos en todo el planeta que, funcionaba, sin apenas organización (sencillamente una convocatoria unitaria), y que actuaba en base a valores suscritos individualmente por millones de personas.
Este es, probablemente, uno de los fenómenos más importantes de la globalización. Las nuevas tecnologías de la información, unidas a la integración de los mercados financieros globales, la apertura de todas las economías, la globalización de las empresas, han dado a luz a un fenómeno nuevo y particularmente poderoso: un salto en la reflexividad de la especie humana, sólo comparable al que se diera con la escritura.
Profesor de Entorno Económico del Instituto de Empresa (IE) y secretario general del Pacto Mundial de Naciones Unidas en España
Sencillamente, hoy se forman de un modo muy rápido nuevos estados de conciencia mundiales, suscritos por millones de seres bien informados y bien formados, que disfrutan de un alto grado de autonomía moral.
Estamos, pues, en un mundo en el que, a pesar de la realpolitik del unilateralismo que ha hecho posible la guerra de Irak, existe también un alto desarrollo de los valores, y particularmente de tres valores: el respeto a los derechos humanos y la democracia, el respeto al medio ambiente a escala mundial y la necesidad de una convergencia socioeconómica a escala planetaria.
Estamos, ciertamente, en un mundo en la encrucijada. Pues, junto a esos valores universalmente suscritos por millones de ciudadanos activos y comprometidos con ellos, nos encontramos con una arquitectura mundial que, desde el 11 de septiembre de 2001, se ha intentado construir siguiendo al pie de la letra los dictados de la ideología neoconservadora de los Wolfowichtz, y en la que los elementos principales son la utilización de la mentira como instrumento de la alta política, la utilización del poder político de los Estados a manos de los políticos electos, o la reducción de la democracia representativa para servir a tales fines.
Y en ese mundo en la encrucijada, España, una vez más, quizá, ha servido de banco de pruebas entre esas dos fuerzas globales. Y el resultado ha sido claro: el estilo político neoconservador ha resultado derrotado a manos de los nuevos valores suscritos por una mayoría de ciudadanos.
Todo ello, en el caso de España al menos, ha hecho ver la importancia electoral que pueden tener los valores en las contiendas políticas del siglo XXI.
No ha gustado a una mayoría de electores el estilo político neoconservador, encarnado en España por el Gobierno saliente en los dos últimos años: la escasa atención a las opiniones de los ciudadanos en la guerra de Irak, el estilo arrogante de la mayoría parlamentaria, la falta de transparencia a la hora de justificar errores como el del avión Yakolev o de la muerte del cámara José Couso, la manipulación informativa y, particularmente, la opacidad en los días precedentes al 14 de marzo.
Y previsiblemente no ha gustado porque, debido a ese salto en la reflexividad, existe un sector importante de ciudadanos que demandan mayor transparencia en la gestión pública para evitar ser manipulados y que, además, suscriben activamente valores derivados de la cultura democrática, del consenso y el diálogo, el respeto a los derechos humanos.
En definitiva, nos encontramos ante un nuevo fenómeno, encarnado en España por muchos de esos nuevos votantes, tradicionalmente abstencionistas, que acudieron en masa a las urnas el día 14 de marzo y que dieron un vuelco a la política española.
Esos votantes, junto a su voto, dijeron en voz alta y clara al depositarlo, la frase que resume su actitud: lo que importa es la ética, los valores socialmente responsables, las virtudes públicas.
Y con ese mensaje han dejado a los políticos sorprendidos. A unos, por recibir un suspenso que no podían esperar. Y a otros, a los ganadores, porque han de saber que esos ciudadanos activos quieren ver reflejados en la política, a partir de ahora, esos valores al detalle.