El precio de los ajustes
Este verano se cumplirán seis años de la quiebra del hedge fund Long Term Capital Management. Los premios Nobel que lo gestionaban habían encontrado la piedra filosofal en los mercados mundiales y, gracias a programas informáticos y complejos algoritmos, efectuaban apuestas apalancadas sobre distintos activos. Como las Bolsas no son matemáticas, llegó un día una circunstancia excepcional -el impago de la deuda rusa- que destrozó el modelo y provocó la quiebra.
Alan Greenspan tuvo que orquestar un plan de rescate de la entidad porque en aquel momento, con la crisis extendida como un cáncer en todos los mercados emergentes del mundo y las Bolsas principales en caída libre, se barruntaba una tormenta financiera de grandes proporciones. Logró evitar la suspensión de pagos del banco gracias al dinero de las grandes entidades de Wall Street. Y de forma paralela bajó los tipos de forma agresiva para tapar con dinero el agujero de desconfianza.
Salvó aquella bola de partido, pero las medidas contribuyeron a inflar aún los precios e, inevitablemente, se creó la sensación de que el sistema había llegado a un estado de desarrollo que le hacía invulnerable a las crisis. En los meses posteriores a la salida de dicha crisis los vicios creados desde los días de la 'exuberancia irracional' se agudizaron hasta el absurdo. Y de aquellos polvos llegan los lodos actuales.
¿Y a cuento de qué viene todo esto? Pues a cuento de que la economía es cuestión de habas contadas, y no hay ningún invento ni ningún desarrollo financiero, por complejo que sea, que vaya a proteger a los inversores del propio ciclo económico, de los desequilibrios o de choques exógenos. No tiene truco.
Puede haber sido muy acertado el esfuerzo de las autoridades -principalmente estadounidenses- por mitigar el impacto de la crisis. Pero más allá de cantos de sirena los inversores han de recordar que los desequilibrios han de ajustarse antes o después.