La banalización de la cultura
Internet ha puesto el mundo en casa. Todo está ahí, a tiro de dedo. Y, con frecuencia, gratis. Libros, canciones, películas, informes o recopilaciones de chistes en cantidades sencillamente indigeribles. No es posible que uno oiga las canciones que se ha bajado, porque no tiene tiempo para hacerlo. El afán del coleccionista se ha apoderado de los usuarios, sin pensar muy bien qué se colecciona, para qué, cómo se puede usar y qué consecuencias tiene.
Apple y Microsoft están en dura competición para ver quién consigue más capacidad de almacenamiento de música e imágenes en menos espacio y por menos precio. La ley de Moore, cuyo enunciado aseguraba que cada 18 meses se duplicaba la capacidad de memoria por centímetro cuadrado, está quedándose vieja a gran velocidad. El iPod y el Portable Media Player ofrecen capacidad como para pasarse meses enteros oyendo canciones sin repetir. Pero no hemos reflexionado sobre qué significa esto, qué consecuencias puede tener para los usuarios, para la industria y para todos nosotros.
Un iPod es capaz de almacenar 20GB de canciones en formato MP3. Cada canción comprimida en este formato puede ocupar 5MB de media, con lo que estamos almacenando en un reproductor 4.000 canciones. Si suponemos 5 minutos por canción, necesitaríamos 20.000 minutos para reproducirlas, o lo que es lo mismo, 330 horas o unos 14 días si parar. Pero quizá no sea bastante, así que Apple acaba de lanzar su nuevo juguetito de 40GB, es decir, un mes, día y noche, oyendo canciones sin descanso ni repetición.
La primera consecuencia evidente es la banalización de todo lo que poseemos. Llenamos cestas de lo que no cuesta, pero por el hecho de llenar, sin saber muy bien qué es ni para qué sirve. Las canciones ya no llegan a nosotros como producto del trabajo de muchas personas, desde el compositor hasta el dueño de la tienda de discos, sino como algo dado, sin valor comercial, un producto más de usar y tirar. Los libros colocados en internet se usan y se copian, se intertextualizan sin pudor y sin respeto por la creación y, sobre todo, por el esfuerzo de la creación. Como dice Cervantes en el prologo de la segunda parte del Quijote, 'pensará vuesa merced que es poco trabajo componer un libro'.
Las repercusiones que esta entrada a saco en las esfuerzos de tantas personas han de llegarnos en algún momento. Aún son impredecibles, pero nos afectarán a todos, sin duda. Se trata de algo más profundo que la supuesta lucha entre una industria discográfica antigua y abusiva y los modernos piratas románticos que quieren acceso gratuito a la cultura. Se trata de cambiar, a velocidad de vértigo, los cimientos de un modelo de relación establecido y sustituirlo por la ley de la jungla tecnológica.
Y eso, además, nos está exigiendo aumentar constantemente el ancho de banda para que el tráfico de todo esto, inútil y muy pesado, no ocupe las aún demasiado estrechas autopista de la información. Canciones y películas que pasan de acá para allá para ser almacenas están provocando atascos hoy en la comunicación y mañana en la creación cultural. ¿Cuándo se vende un dispositivo que permite almacenar 10 gigas de canciones, a quien se beneficia? ¿Al usuario? ¿O solamente a la empresa que lo vende?
Vivimos en un mundo sobredimensionado en lo sencillo pero inútil y escaso en aquello que necesitamos. Disponemos de coches que pueden ir a 200 por hora, pero no de las carretera que permitan esa velocidad. Atascamos internet con un tráfico enorme destinado a ser llevado en dispositivos a los que resulta humanamente imposible sacar todo su partido.
Canciones y películas están atascando hoy las redes y, mañana, la creación cultural