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La opinión del experto

Que la tragedia no desborde

Cuando el ser humano se encuentra confrontado a situaciones límite que se producen de modo inesperado y que le afectan de manera cercana, suele sentirse maniatado, reduciendo su capacidad de respuesta ante fenómenos desconocidos, generalmente inexplicables, para los que no existe capacidad de respuesta porque nunca se pensó en la posibilidad de que se produjeran, por lo que ni el entorno ni la actitud individual previeron los necesarios aprendizajes. Salvando la enorme distancia que existe entre las grandes tragedias humanas, colectivas o personales, también en el mundo de la empresa y, por tanto, de los directivos se producen acontecimientos de gran calado que trastocan el discurrir normal de los acontecimientos, introduciendo variables exógenas sobre las que se posee escaso o nulo dominio y que ponen al proyecto empresarial en el que se participa al borde del abismo. No son, por tanto, situaciones provocadas por posibles déficit de la actuación directiva, sino que, al contrario, ocurren en circunstancias en las que la valoración de la gestión resulta claramente favorable.

Pensemos, por ejemplo, en un fenómeno atmosférico que destruye los activos de la empresa, en un cambio drástico en los precios relativos de las materias primas que te arrojan del mercado en un abrir y cerrar de ojos, algo sorprendente, inesperado, que de pronto transforma las condiciones en las que se desarrollaba la actividad con relativo éxito y ante lo que, al menos en primera instancia, parece no existir capacidad alguna de respuesta. La reacción más inmediata de quien detenta la máxima responsabilidad, y quizá la más natural, es la de sentirse sobrepasado por los acontecimientos, juguete de fenómenos extraños, sobrecogido por la magnitud de los hechos y solidario con el sentimiento de pena e impotencia que embarga al conjunto de los trabajadores afectados. Mirar hacia fuera, ya que desde allí vienen los problemas, y solicita, reivindica mecanismos de apoyo extraordinarios, ya que extraordinarias son las causas que los originan.

Si uno está vinculado, como se espera de todo buen directivo, al proyecto, y no sólo desde un punto de vista profesional, sino también emocional, le dolerá el alma al comprender la magnitud de lo que acontece, pero sería bueno mantener intacta la capacidad de discernimiento, ya que nunca como en tales casos va a precisar claridad de visión para divisar el menor atisbo de luz dentro de la oscuridad que todo lo rodea. Tendrá necesidad de explicar con claridad lo que acontece, sin regateos ni concesiones, mostrando la dureza de la situación, las incertidumbres a las que se enfrentan, la problematicidad del futuro, pero a la vez deberá evitar añadir nuevas dosis de amargura a la carga de negatividad que, sin duda, embarga a todos los implicados. Deberá reflexionar en un clima de aislamiento propicio, si se encuentra con fuerzas para mantenerse en la dirección del proyecto en esas circunstancias de extrema dureza y, si no sale con bien del test de capacidad al que se autosometa, hará bien en renunciar, porque será bueno para él y para todos. Una inclinación al abandono en situaciones tan críticas es normal que invada el pensamiento de quien tiene que echar sobre sus espaldas un peso no previsto en las condiciones de contratación. Es muy humano el querer huir de responsabilidades no previstas y preguntarse si en las circunstancias actuales se habría aceptado la tarea.

Encontrar un resquicio que permita vislumbrar alguna salida es la primera obligación del directivo

Cuando lo negativo impera, lo impregna todo, sin que el pensamiento, el sentimiento y la razón se vean libres de tal negatividad, lo que dificulta la reflexión serena, el análisis clarividente y profundo, más necesarios que nunca en situaciones indeseadas. Desprenderse de sentimientos naturales, como el dolor, la pena, la aflicción, es un ejercicio duro, pero imprescindible para alcanzar la claridad de juicio que el momento reclama.

Encontrar un resquicio, por reducido que sea, que permita vislumbrar alguna salida, por complicada que resulte, es la primera obligación del directivo que, tras la introspección realizada, ha decidido que a él no le frenan los elementos y, por tanto, está dispuesto a luchar con más energía que nunca para invertir la situación en la que fenómenos externos le han colocado. Pertrechado con el escaso, pero rico bagaje positivo que permite vislumbrar la conquista de un territorio futuro, podrá comunicar a todos los afectados que él considere, pese a todas las evidencias, a condición de que los demás compartan esa esperanza, sabedores de que ha llegado el tiempo del sacrificio, de la entrega sin condiciones, del esfuerzo sin recompensa a corto plazo y, a pesar de todo, con algunas probabilidades de quedarse en el empeño. Sólo en circunstancias difíciles, cuando se gesta y se alcanza un relanzamiento que cualquier analista externo habría considerado descabellado, el directivo, y también sus colaboradores, ha superado la prueba que puede proyectarles hacia desafíos inimaginables, porque sólo en la adversidad el ser humano muestra la grandeza de su alma y la generosidad de su comportamiento.

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