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Columna
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El país que recibe el PSOE

Desde la misma noche electoral, en que el candidato derrotado sacó a colación los cuatro millones de empleos, el déficit cero y la convergencia con Europa como logros del Gobierno popular, ha comenzado lo que parece ser una estrategia determinada a conseguir fijar en la opinión pública la idea de que el Gobierno saliente, con su gestión, ha salvado el arruinado país que recibió, dejando una situación idílica que, nuevamente, se verá deteriorada cualquiera que sea la gestión que el Gobierno entrante lleve a cabo.

A la gran mayoría de los ciudadanos les trae sin cuidado la preocupación de los políticos salientes por regresar al poder cuanto antes y lo que quieren es, lisa y llanamente, que se resuelvan los problemas de terrorismo, seguridad, empleo o vivienda, por sólo citar los que ocupaban, incluso antes del terrible atentado de Madrid, los primeros lugares de preocupación ciudadana en cualquier estudio de opinión. Pero el caso es que, para resolver problemas, la estrategia del diagnóstico triunfalista no ayuda precisamente porque distorsiona la percepción de una realidad que es preciso definir rigurosa y objetivamente, único modo de afrontar los retos pendientes con la necesaria dosis de racionalidad.

Uno de los mayores errores en que se puede incurrir al realizar el balance de una gestión, en este caso de la llevada a cabo por el PP desde 1996, radica en limitarse a comparar la situación de los diversos campos de preocupación económica y social en ambos momentos, cuestión que, sin carecer de interés, impide comprender lo ocurrido y dificulta anticiparse a cuanto puede pasar en el futuro.

Es necesario aumentar los componentes de un gasto social en el que España se ha puesto a la cola de Europa

En el reciente libro del INE La sociedad española tras 25 años de Constitución se comentaba esta circunstancia para justificar la renuncia a comparar exclusivamente la situación de los años 1978 y 2003, adentrándose en etapas anteriores que iban a poder explicar la verdadera dimensión del cambio operado en España, sobre todo en problemas tan arraigados en nuestra historia como el subdesarrollo, la falta de libertades, la desigualdad cultural y educativa o la discriminación hacia la mujer.

Gracias a este enfoque pudieron explicarse situaciones, por supuesto no achacables a la democracia, como por ejemplo las extraordinarias cifras de paro a que llevó la reconversión de una industria obsoleta y gran consumidora de los entonces encarecidos inputs energéticos, el retorno de muchos españoles que habían tenido que emigrar por la dureza de las medidas del Plan de Estabilización de 1959 y por otras razones, como el acceso al mercado laboral de las denominadas generaciones del baby boom en un momento marcado por la crisis económica internacional.

Baste este ejemplo sobre las causas que llevaron a un paro que, todavía hoy, es esgrimido contra la gestión de los Gobiernos socialistas, para poner de relieve los inconvenientes de análisis estáticos de realidades socioeconómicas que se caracterizan por su dinamismo. En este sentido, sería muy conveniente analizar en profundidad qué situación económica y social es la que hereda el PSOE, sin tomar por consolidadas algunas situaciones que, vistas con perspectiva, podrían tener un carácter meramente coyuntural.

En principio, se tiene por delante la necesidad de construir viviendas sociales que faciliten alojamiento a jóvenes, de aumentar el gasto en investigación y en desarrollo tecnológico, también devaluado en la actualidad en perjuicio, entre otras cosas, de nuestra competitividad y, en general, de aumentar todos los componentes de un gasto social en el que España se ha puesto a la cola de Europa.

Ante esta necesidad de aumento del gasto, el nuevo Gobierno se va a encontrar demandas insatisfechas de recursos por parte de otras Administraciones públicas; un sistema fiscal objeto de reformas no evaluadas y signos de irregularidad alarmantes, según la reciente declaración de la Asociación Profesional de Inspectores de Hacienda (Apife); un sector inmobiliario, base de un crecimiento especulativo, que no admite bromas por cuanto de él dependen más de dos millones de puestos de trabajo y donde casi el 60% de los asalariados son eventuales; un mercado laboral que se ha precarizado hasta niveles alarmantes con objeto de facilitar la creación de empleo y cuya reforma puede plantear serios problemas. Una situación, en fin, más digna de reflexión y análisis que de elogios simplistas, como los habituales en los cosos taurinos.

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