El circo de cada día
Al ver una fotografía de centenares de personas guardando cola en el andén de una estación de cercanías, pasan muchas cosas por la cabeza. Una por encima de todas. Qué estarán pensando esos ciudadanos que con el café a medias se acaban de despedir de los suyos y que marchan a sus trabajos o a sus aulas.
Se oye mucho aquello de 'hay que tirar para adelante'. Efectivamente, no queda otra. Pero, ¿cuál es el poso que dejan los atentados? ¿Cómo queda un país, además de roto por la desgracia, tras perder a más de 200 ciudadanos inocentes? ¿Qué significado tiene, en este contexto, la palabra 'normalidad'?
La normalidad formal consistirá, posiblemente, en que sobre las vías sólo haya trenes, que los recintos feriales se dediquen a sólo a las ferias, que los oficinistas apaguen las radios y, también, que los bolsistas se dediquen a la Bolsa. En qué condiciones haga cada uno su trabajo es otro aspecto. Y, cuando el citado bolsista tenga que ponerse a lo suyo, se encuentra con el frívolo deber de poner precio a las emociones. ¿Cuánto cuestan 200 muertos? ¿Cuánto sube el precio si los asesinos se han escudado en una confesión religiosa entendida en clave de barbarie? ¿Cuánto menos si, por el contrario, los fallecidos viven en un país en vías de desarrollo?
La Bolsa no da respuesta a estas preguntas, pero sí ha convertido el horror en un frío porcentaje. Posiblemente por eso se haya ganado el desprecio de algunos. Pero el 'tirar para adelante' es también que los bolsistas lleven a cabo una tarea, poco agradable estos días, consistente en hacer dinero en función de las consecuencias de la masacre mientras otros ayudaban a mitigar sus efectos. Por insano que ello parezca.
La Bolsa se asemeja en demasiadas ocasiones a un circo absurdo. Esta vez la barbarie y el terror han tocado muy de cerca. Tanto, que cosas como coger un tren también parecen perder su sentido. Pero, al tiempo, trascienden el mero acto de dirigirse al trabajo. Son una forma de decir: 'aquí estamos'.