Tiempos de tribulación
Escribir de economía con las tremendas imágenes de la barbarie en la retina parece una frivolidad. Sin embargo, ésa es precisamente nuestra obligación. Hacer de la normalidad cotidiana, de nuestro quehacer diario, el triunfo de la razón, de la libertad y de la dignidad humana. Así demostraremos a los asesinos nuestro desprecio. Vivimos tiempos de tribulación. Los atentados de ayer evidencian la estrecha relación entre estabilidad política y prosperidad económica. Quiso la coincidencia que el jueves me encontrase dando una charla sobre globalización financiera en un curso organizado por el Icex a funcionarios de países árabes. Me impresionó la frialdad con la que recibieron la noticia, algo habitual para muchos de ellos.
Si queremos que España, que Europa, mantenga su prosperidad, estos hechos no pueden ser habituales. El fundamentalismo es incompatible con el desarrollo; éste requiere un cambio cultural, un cambio de mentalidad que arroje a los fanáticos extramuros del sistema, los aísle socialmente; porque son incompatibles con la racionalidad individual, con el cálculo económico que impregna la filosofía moral de la escuela escocesa y con el liberalismo jacobino que nace de la revolución francesa.
Pero hechos de la magnitud de los vividos en Madrid no pueden dejar de tener efectos económicos. La reacción inmediata de los mercados financieros es siempre una mezcla de pánico y oportunidad, porque ésa es su función, traficar, comerciar, arbitrar con nueva información. Y ayer hubo un hecho nuevo, que altera el balance de riesgos implícitos en los distintos mercados. Es evidente que las consecuencias primeras serán diferentes si se trata de un atentado de terroristas islámicos o vascos, porque en el primer caso estaremos ante una amenaza a todo Occidente, mientras que en el segundo el riesgo inicial parece limitarse a España. Si es un atentado islámico, tendremos que decir que Europa se enfrenta a su 11-S particular, porque semejante es la sensación de vulnerabilidad, de impotencia. Algo así parecen estar pensando los mercados de cambios que ayer vieron debilitarse al euro a pesar del mal dato del déficit comercial americano.
España ha sido marcada, y sólo de nosotros depende que la marca España no quede manchada y tocado nuestro camino de prosperidad
Y tendremos que olvidarnos de argumentos simplistas usados por políticos y analistas para vender Europa frente a EE UU, basados en la mejor posición relativa de Europa en el nuevo escenario geopolítico por su posición ante la situación palestina. Como ése no es el problema, sino la excusa que estúpidamente ofrecemos a los enemigos de la libertad y de la razón, me temo que los mercados no la comprarán y dejarán de premiar los activos de la Unión.
Si se tratase de un atentado de ETA, alguien puede ingenuamente pensar que es un problema exclusivamente español, al que los mercados reaccionarán elevando la prima de riesgo de los activos españoles, pero que no tendrá consecuencias sistémicas para Europa. Un grave error, porque el fanatismo nacionalista es también una enfermedad europea. No queramos olvidarnos tan pronto de la tragedia de la antigua Yugoslavia, ejemplo de convivencia y prosperidad dentro del llamado socialismo real hasta la caída del muro; ni de las dos guerras europeas del siglo anterior. Por eso nace la Unión Europa, y por eso los norteamericanos tienen tantas dificultades en entenderla. Pero el fanatismo nacionalista no es tampoco exclusivo de Europa; no hay más que darse una vuelta por el mundo para ver cómo se agita irresponsablemente por los Gobiernos de turno para obtener ganancias de corto plazo, bien en negociaciones financieras internacionales, Argentina con el FMI, o en disputas comerciales, Bolivia con Chile.
El mundo es hoy más inseguro y eso puede afectar a la incipiente recuperación. España ha sido marcada, y sólo de nosotros depende que la marca España no quede manchada y tocado nuestro camino de prosperidad. De la respuesta que sepamos dar a este reto depende el futuro de la economía. Los mercados internacionales demostraron su responsabilidad tras los atentados del 11 de septiembre. Pese a destrozar la infraestructura del sistema, los agentes económicos estuvieron a la altura de las circunstancias y volvieron a la normalidad en un tiempo récord. Nosotros también seremos capaces de hacerlo. Nuestra economía depende mucho de su imagen internacional. Somos un país de servicios, vendemos alegría, convivencia, calidad de vida y capacidad de análisis. No dejemos que unos fanáticos destrocen todo aquello por lo que ha trabajado duramente una generación entera de españoles. La prosperidad necesita estabilidad política y social. Los agentes sociales, empresarios, trabajadores y políticos tuvieron la altura de miras necesaria en los tiempos de la transición. Estoy seguro que volverán a tenerla en estos momentos. Entre todos tenemos que convencer a inversores internacionales, clientes y turistas que España es un país por el que merece la pena apostar y en el que pueden seguir confiando. Es nuestra obligación con las víctimas de Madrid.