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Columna
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Los principios de la economía en la arena electoral

El encono de la campaña electoral a medida que pasan los días y la puja de ofertas de los candidatos han hecho que los principios de la economía generalmente aceptados acaben brillando por su ausencia. En la carrera hacia las urnas es difícil que los participantes no se dejen llevar por el señuelo de la demagogia y el populismo en sus promesas, frente a las que el electorado se encuentra indefenso porque no dispone ni de información ni de conocimientos adecuados para valorarlas. La consecuencia es que muchas veces aquella dádiva que le ofrecen acaba siendo un regalo envenenado.

El ejemplo más clamoroso de ese desengaño quizás sean las famosas 35 horas semanales prometidas en su día en las elecciones legislativas de nuestro vecino galo. Al dar satisfacción a una vieja aspiración de la clase trabajadora de ese país, esa promesa llevó fácilmente al poder al señor Jospin y al partido socialista francés. Qué lejos estaban entonces de pensar muchos de los que vieron reducirse su jornada laboral que andando el tiempo acabarían perdiendo su puesto de trabajo, como consecuencia del deterioro de la competitividad en muchas empresas que no pudieron compensar el aumento de los costes laborales con un incremento de la productividad.

El fracaso de esta medida no ha sido óbice para que voces relevantes del partido socialista la hayan propuesto esta campaña. Es cierto que para no caer en el error de nuestros vecinos han prometido un aumento de la productividad en la próxima legislatura de nada menos que el 1,5% anual, frente al práctico estancamiento en los últimos 10 años.

No parece que esto se piense conseguir con mayor esfuerzo en gasto público en I+D o inversión, pues hay también un compromiso formal de reducir el gasto público en el 1% del PIB, con la idea quizás de paliar la pérdida de ingresos asociada a los recortes impositivos prometidos: primero en el IRPF, y después con el coste de echar las redes en el rico caladero de los trabajadores autónomos prometiendo menores cotizaciones sociales. Hay que decir que meses antes el Gobierno había tomado una medida similar, a la que el PP acompaña ahora con una promesa de nuevas reducciones en el IRPF y beneficios de las pymes.

En general muchas de las promesas hechas en el campo de la economía tanto por uno como por otro de los contendientes adolecen de falta de concreción, lo que sin duda confundirá al electorado a la hora de tomar partido. Por ejemplo, la mencionada reducción del gasto público en el 1% del PIB dice muy poco si no se especifican cuáles son las partidas afectadas. Asimismo, es difícil valorar la promesa del PP de crear dos millones de puestos de trabajo si no se especifica mínimamente cómo.

Es natural que el optimismo acompañe de oficio a los candidatos, pero para contagiar al electorado es preciso que éste comprenda las promesas y que no perciba falta intencionada de transparencia. Y no basta con prometer a este respecto mayor esfuerzo, como ha hecho el candidato del PP, si no se dice dónde. La transparencia sigue siendo la asignatura pendiente de algunas estadísticas básicas que mantienen la misma opacidad que antes de las transición a la democracia.

Claro que Bruselas no apoya mucho a este respecto. Con la ¿información? disponible sobre la política económica en España en los próximos años, la Comisión Europea ha tenido el valor de proyectar las cuentas públicas al 2007 y hacer un juicio sobre las mismas, estimación y juicio que naturalmente tienen menos valor que el papel que las soporta.

Si la inclinación del electorado el 14-M fuese a depender de la valoración dada a la abigarrada y abrumadora oferta hecha por los candidatos en el campo de la economía, los electores lo iban a tener crudo para decidir su voto.

Pero para bien o para mal esta cuestión ha quedado relegada a segundo plano. Ha irrumpido en la palestra electoral otra mucho más importante y primordial para el devenir de la economía, la estabilidad política, que se ve amenazada por el comportamiento esperpéntico e irresponsable de ERC (por los oficios de su máximo dirigente) y, lamentablemente, de sus compagnons de voyage. La decisión frente a las urnas va a ser ahora más fácil.

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