Una cueva con parquímetro en Parkeon
Habla con entusiasmo de casi todo. Del té que prepara todas las tardes para él y para todo aquel que se acerca, taza en mano, por su despacho; de su afición por los caballos, de sus amigos, de su devoción por Sevilla y hasta de los parquímetros, una de las ramas de negocio de la empresa Parkeon, que dirige en España.
Francisco Javier Vallano, toledano de 47 años, dedica una buena parte de la entrevista a intentar explicar el funcionamiento y las maravillas de los parquímetros. Es la panacea. 'No existe otro sistema más perfecto de control de estacionamiento'. Y asegura que si estas máquinas no ofrecen cambio, una de las críticas más habituales entre los usuarios, es porque su estructura no tiene capacidad para alojar en su interior una cantidad elevada de monedas.
Al lado de su mesa de trabajo tiene un parquímetro, en perfecto funcionamiento. 'En el fondo les tengo mucho cariño porque son la solución a los problemas de aparcamiento que existe en las grandes ciudades', afirma.
'No podría hacer las cosas que hacen los demás. Conozco, por fortuna, mis limitaciones'
Trabaja en lo que denomina la cueva. El despacho, que ocupa desde hace tres años, no tiene ventanas al exterior. 'Me encantaría tener luz natural, pero para mí no es un factor determinante'. Trabaja en un pequeño espacio, algo que no parece preocuparle, repleto de objetos personales que demuestran el carácter y el talante de Vallano.
'Estoy muy a gusto y lo he decorado con las cosas que a mí me gusta, así me evado'. Pasa muchas horas al día, trabaja una media de diez, encerrado entre cuatro paredes, haciendo un trabajo que él denomina de calculadora y mesa. Y allí, entre números y planes de estrategia, tienen un lugar privilegiado las fotos de sus amigos, 'las miro y me relajan'. Asegura que para cuando está estresado tiene un remedio eficaz: acordarse de sus aficiones y de todo aquello que le gusta. 'Así lo he ido llenando de barcos, de juguetes, de todo lo que me reconforta'.
Confiesa que, a pesar de la apariencia relajada y distendida, estamos ante un ejecutivo muy serio, pero sobre todo formal con los clientes y colaboradores. 'Soy muy vago, me gusta trabajar poco, por eso prefiero que las cosas se hagan bien a la primera'.
Señala que no es muy exigente con su equipo. 'Son ellos los que se exigen a sí mismos. Me gusta que tengan iniciativa, que se pongan ellos los deberes. Cuando todo eso ocurre, la compañía funciona bien'. Le gusta ofrecer autonomía, la misma que le dieron a él sus superiores. 'Siempre he ido por libre y la exigencia tiene que ponérsela uno mismo'.
Francisco Javier Vasallo estudió hasta cuarto curso de Farmacia, pero un buen día se dio cuenta de que no iba a tener suficiente dinero para comprar la mejor farmacia de Madrid y decidió dejar los estudios. Así que, sin dudarlo, probó en una nueva carrera, en Ingeniería técnica agrícola. Y se especializó en mecanización y construcción, rama que consideró que podía reportarle futuro profesional.
Su primer trabajo fue para una empresa de jardinería y asegura, con mucho orgullo, que en la selecta urbanización madrileña de La Moraleja existen varios jardines que son obra suya. Más tarde volvió a cambiar de rumbo y se empleó como ingeniero en el departamento de obras hidráulicas, encargándose del regadío y abastecimiento de aguas.
Poco después dio el salto a la empresa de estacionamientos Dornier. O lo que es lo mismo, saltó del campo a la ciudad. No fue problema. 'Tengo capacidad para adaptarme a todas las situaciones y ambientes', explica. Ahora dirige Parkeon, una compañía que factura en España 4,5 millones de euros.
Asegura que el éxito de su trayectoria se debe a su afán por delegar. 'Yo no podría hacer las cosas que hacen los demás. Conozco, por fortuna, mis limitaciones'. Para tener contento al equipo suele ofrecerse a prepararles una taza de té, costumbre a la que se aficionó con la ayuda de unos vecinos británicos. 'Me gusta quedarme con lo bueno de la gente que conozco'.
Continúa con sus hobbys infantiles
Abruma oírle hablar. Sobre todo de sus aficiones. A Francisco Javier Vallano le gusta todo o casi todo. Cuando era pequeño le encantaba enredar con juguetes de hoja de lata. Pues bien, ya de mayor continúa con la afición. Sobre una mesa en su despacho tiene un amplio repertorio, con todas la formas, objetos y colores, de estos juguetes.Cuando era un niño también estaba siempre rodeado de caballos. De mayor, procura mantener la costumbre los fines de semana. Y para que no se le olvide tiene colgados en una pared del despacho varios bocados de doma vaquera.Los toros también le gustan, y los galgos, y el flamenco, y Sevilla, 'porque es una ciudad que me lo ha dado todo', y los barcos, en Ribadeo tiene un bote de vela latina, y el mar, 'y todo lo que me aporte algo'.De todo ello, hay una muestra en su lugar de trabajo. Sobre una mesa tiene perfectamente ordenadas, a pesar de que asegura que no es un maniático del orden, 26 maquetas de barcos. 'Por educación soy muy latino'.