¿La última fobia económica?
Al margen de la polémica levantada en los últimos meses por los procesos de deslocalización de empresas, éstos son, a juicio del autor, beneficiosos desde un punto de vista económico, al repercutir en el incremento de la productividad y la creación de empleo
En los últimos meses los procesos de desinversiones de empresas en países industrializados (deslocalizaciones) y las migraciones de empleo (outsourcing) se han convertido en un tema candente y muy polémico en ambas orillas del Atlántico. Este es en parte un debate sobre los costos y beneficios de la globalización. En EE UU, el director del Consejo de Asesores Económicos del presidente Bush, Gregory Mankiw, provoco un gran polémica hace unos días con unas declaraciones en las que defendía la bondad económica de las migraciones de trabajadores a países con menores costes como India o China, que definió como 'una nueva manera de realizar comercio internacional' y 'beneficioso para la economía en el largo plazo'. En España se han producido duras reacciones a los anuncios de empresas como Philips, Samsung, o MB-Hastro de planes de cerrar plantas y mover su producción a otros países.
Estas migraciones de empleo y procesos de desinversiones están motivadas en parte por los salarios más bajos que se ofrecen en otros países. El salario medio en los países de Europa del Este es hasta cinco veces más bajo que en España. De acuerdo con los últimos datos del Banco Mundial, el coste medio de los trabajadores industriales en China es un 30% más barato que el de un trabajador norteamericano y McKinsey ha calculado que un programador de software en la India puede resultar hasta un 70% más barato que en EE UU.
Estudios recientes demuestran que la globalización redujo los costes de equipos informáticos entre un 10% y un 30% en los noventa
Desde un punto de vista económico, estos procesos son beneficiosos. Si un programador de software en China gana la décima parte que un español, la compañía para la que trabaja podrá reducir sus costos y los precios de sus productos, la productividad se incrementará, la tecnología, al ser más asequible, llegará a más gente, y esto permitirá vender más y crear nuevos empleos. Estudios recientes demuestran que la globalización de productos ha derivado en una reducción de los costes de los equipos de hardware de entre un 10% y un 30% durante los noventa, lo que facilitó la inversión en hardware y resultó en un incremento de la productividad de casi un 2,8% entre 1995 y 2002. La caída de precios ha contribuido a mantener la inflación baja (y por extensión los tipos de interés), mientras que la demanda de nuevos equipos contribuyó a la creación de empleo para operarlos (en EE UU el desempleo bajó al 4%). Por último, la inversión contribuye al desarrollo de las economías emergentes y les permite comprar productos importados procedentes de los países desarrollados.
Muchas de las reacciones contra estos procesos no se ajustan a la realidad. En primer lugar, la noción de que se está produciendo un proceso de desinversión en países desarrollados no se sostiene. De acuerdo con los últimos datos de la Unctad, el 72% de los flujos de inversión extranjera directa tuvieron como destino los países más desarrollados (como EE UU, que recibió el equivalente de un 60% de la inversión que se destina a todos los países en desarrollo). Por otro lado, la empresa analista de tecnología Forrester ha estimado que en EE UU sólo 400.000 empleos se han 'exportado' a otros países, una cifra muy pequeña para la economía norteamericana, con 130 millones de trabajadores que destruye y crea millones de empleos cada pocos meses, por lo que no explica la debilidad actual del mercado laboral en ese país.
Además otros argumentan que estos procesos están provocando presiones a la baja en los salarios. La realidad es, sin embargo, que la inmensa mayoría de los economistas están de acuerdo en que la razón fundamental del estancamiento de los salarios industriales ha sido la expansión de la automatización y no la presión de mano de obra (o importaciones) más barata. La mayoría de los empleos que desaparecen es a consecuencia de la introducción de nuevas tecnologías.
Pese a que el nivel relativo de los salarios determina en muchos casos la orientación de los flujos de inversión, estas decisiones están también motivadas por otros factores. Muchas de las medidas proteccionistas que se están proponiendo para contrarrestar estos procesos pueden tener efectos contraproducentes al aumentar los costes a los consumidores y hacer a las empresas menos competitivas. En vez de enfocarnos obsesivamente en el nivel de los salarios o el proteccionismo, debemos de realizar un análisis pormenorizado de las carencias de nuestras economías. Las preocupaciones generadas por estos procesos deben de ser canalizadas hacia el desarrollo de políticas que mejoren el stock de capital tecnológico y humano y que promocionen un clima más favorable a la innovación. La clave será mejorar la formación y capacitación de los trabajadores para facilitar la transición hacia sectores productivos más adelantados.