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CincoSentidos

Territorio masai

Son paisajes arquetípicos, de los más bellos de África. En la llanura sin bordes, pero nunca monótona, escamada con arbustos y acacias paraguas, dos figuras ágiles y esbeltas caminan con un rumbo que sólo ellas conocen; son dos adolescentes conquistando su alma de guerreros, solos por dos años, sin otro amparo que su arco y su astucia. De vez en vez, manchas de ganado cubren con perfecta redondez una colina, bajo el ojo avizor de un hombre magro y sin edad, con su manta escarlata, como un príncipe. Si el todoterreno de los intrusos se aproxima al rebaño, el pastor hará un gesto amistoso y serán visibles gruesas quemaduras en el rostro, los muslos o los hombros; además, sus enormes orejas están troqueladas, vaciadas en su centro, y el lóbulo taladrado con gruesos cilindros de colores.

Es la costumbre. Hombres y mujeres martirizan sus cuerpos de esta manera rotunda que deja al tatoo y al piercing de los jabatos occidentales en una nadería. Dicen que el origen de estas escaras y mutilaciones está en la época esclavista, los masai evitaban con ellas que los traficantes les reclutaran. Después quedó como signo de belleza. Y es que este pueblo de nómadas pastores venera la tradición. Son cerca de un millón y medio de individuos, repartidos por un vasto territorio sin fronteras entre Kenia y Tanzania, unidos sólo por sus tradiciones y una lengua común, el maa. No hay lazo superior, ningún atisbo de vínculo político que una a los poblados o manyhattas donde viven sólo un par de familias, compuestas eso sí por sesenta o setenta personas, y un buen número de cabezas de ganado, cabras, ovejas y vacas. Una familia modesta posee por los menos 50 animales, y para ser considerada rica tiene que aumentar el número de animales, pero sobre todo el de hijos.

Ya no resulta difícil acceder a estos poblados, a algunos por lo menos. La visita de turistas es ahora su mejor fuente de ingresos, pero también el veneno para su modo de vida. Cuando un grupo de turistas -procedente de los resorts de lujo dispuestos para los safaris en los grandes parques de Masai Mara o Seregueti- se acerca a un poblado, se pacta la retribución en dólares, y en seguida la gran explanada central se anima. Aunque sean apenas las 8 de la mañana, un grupo de mujeres con tangas y chiscas de vivos colores comienza a cantar y a bailar con frenesí, y luego será el turno de la danza de guerreros, con esos enormes saltos que asombraron al mundo al ser registrados por la cámara en Las minas del rey Salomón.

Cuando los curiosos hayan acabado con sus fotos, comprado souvenirs (fabricados sabe Dios dónde) y se esfumen en la sabana, los masai volverán a sus quehaceres; las mujeres tal vez a levantar una nueva enk'ang o cabaña, con palos y estacas trenzados, y un relleno de barro y bosta; los hombres, a cuidar de los rebaños, lo de cazar leones se ha quedado para la danza ritual y las canciones. La vida se deshace en pura rutina, tarda en llegar la ocasión de llevar a cabo los rituales de paso que marcan las etapas en la existencia de los individuos. Para las mujeres, la ablación; para los hombres, un complicado proceso que empieza en la circuncisión y una especie de mili vagando de dos en dos por todo el territorio masai, buscándose la vida, hasta que convertidos en guerreros, y luego en adultos mediante el rito del eunoto, puedan contraer matrimonio.

La sangre fresca mezclada con leche de animales fue siempre su alimento. Pero ahora el dinero de los turistas les permite comprar verdura, frutas o carne. Ese dinero les sirve también para adquirir ropa, y cachivaches modernos -que ocultan celosamente a los visitantes- y hasta para enviar a sus hijos a la escuela. Es como debe ser. Pero a los chicos que han pasado por la escuela se les abren unos ojos en los que nadie había reparado. Algunos quieren ir a la universidad. Y la mayoría se ponen el traje y abalorios de guerrero para hacer el paripé ante los turistas con escaso entusiasmo. Y luego están los misioneros y misioneras, activos como termitas, verdaderas enzimas de progreso y salvación (cristianos, por supuesto).

Lo inevitable es que llegue un día -quién sabe cuán lejano- en que asistir a las danzas y saltos de los masai será ni más ni menos exótico que ver actuar a un grupo folclórico del Tirol, o un concurso de sevillanas.

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