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Columna
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Nuevas posibilidades

La economía española fue capaz de aunar crecimiento de empleo con aumento de productividad en el último periodo de auge, entre 1985 y 1991. El autor sostiene que en el actual no ocurre así, porque han fallado las mimbres con que se construye la productividad

Aunque a algunos les entusiasmen los grandes enfrentamientos ideológicos en los momentos electorales, y la denuncia y dramatización de los graves peligros que acechan el porvenir de la nación, yo encuentro muy positivo que en la próxima contienda electoral los principales partidos hayan huido de ellas y planteen plataformas programáticas simplemente para poder mejorar el futuro de España y de los españoles. Se me dirá que no otra cosa podía hacer el PP después de ocho años en el Gobierno. Y es cierto. De hecho, cada vez que Rajoy ha propuesto en su programa nuevas líneas de actuación que implicaban aceptar proposiciones de la oposición que habían sido rechazadas por el Gobierno en las Cortes, o ha retomado temas como la regeneración democrática, tan olvidada y aun despreciada por el PP, o demostrado un súbito interés para activar la política de vivienda de protección social, tales anuncios han sonado más a sarcasmo que a auténticas rectificaciones. Y es natural: una ventaja de presentarse a las elecciones desde el poder es que no tienes que acreditar lo que puedes hacer, pero su contrapartida es que no puedes salirte mucho del guión de lo que has hecho.

Pero el PSOE ha evitado la tentación de dramatizar la situación y ha decidido enfocar sus propuestas en el sentido de mejorar la situación de modo significativo en muchos campos donde han surgido oportunidades que no han sido aprovechadas, y en otros donde se plantearán nuevas posibilidades para cuya explotación hay que prepararse adecuadamente.

Surgen oportunida-des para España, pero es necesario que perdamos el miedo a responder a los desafíos del progreso

Porque es cierto que surgen nuevas oportunidades que si las aprovechamos permitirán situar a nuestro país entre las sociedades más avanzadas y progresistas del mundo. Para ello es condición necesaria que perdamos el miedo a lo que históricamente ha sido nuestra escasa capacidad para responder a los desafíos del progreso y dejemos de lado nuestros temores a superar las dificultades que se nos plantean en el ámbito de la convivencia democrática que algunos tratan de evocar, a veces burdamente, exagerando su propio miedo o por motivos menos confesables en otras ocasiones, los peligros que acechan a ésta.

Respecto de lo primero, necesitamos reforzar nuestra seguridad y acrecentar nuestra autoestima. Respecto de lo segundo necesitamos gobernantes sosegados que distingan entre el ruido de unas pocas voces políticas que reclaman una representación popular de la que en muchos casos carecen y las nueces del sentido de tolerancia y comprensión que la reflexión sobre nuestra historia y la experiencia de la transición han inculcado entre la inmensa mayoría de nuestros ciudadanos.

Pero además necesitamos de un diagnóstico adecuado sobre las oportunidades desaprovechadas y los nuevos desafíos. Es lógico, desde el punto de vista económico, que en este diagnóstico ocupe un lugar preferente la evolución de la productividad en los últimos años. En el anterior auge económico (1985-1991) la economía española fue capaz de aunar crecimiento en el empleo con aumento de la productividad. En el actual, no. Ha crecido aparentemente mucho el empleo, en parte a través de la regularización de situaciones laborales ilegales, pero apenas ha crecido la productividad. Las mimbres con las que se construye el crecimiento de la productividad han fallado. Hemos tenido insuficiente inversión en I+D+i, hemos hecho poco para implantar y difundir la nueva sociedad de la información y hemos dejado pasar el tiempo sin mejorar nuestro sistema educativo olvidando algo crucial en el desarrollo del mismo: la reeducación de los educadores para que impartan las enseñanzas que hoy son necesarias con las nuevas metodologías.

Al mismo tiempo, la persistencia en los últimos tres años de una baja rentabilidad global de los activos financieros y la permanencia de fallos importantes en la legislación sobre el suelo han estimulado una reasignación de los recursos de ahorro hacia el sector inmobiliario cuyo efecto sobre la productividad global del sistema no podía ser positivo.

España está en condiciones de aprovechar las nuevas oportunidades que se abren con la revolución tecnológica aplicada a las comunicaciones y al conjunto del aparato productivo. En muchas mejores condiciones que aquellas con las que tuvo que enfrentar las oleadas sucesivas de revoluciones industriales a lo largo de los dos últimos siglos. Dispone del capital humano necesario para hacerlo y de los medios para mejorarlo constantemente conforme las necesidades lo requieran. Además hoy España está situada internacionalmente en mucha mejor posición gracias a nuestra entrada en la Unión Europea, a nuestras nuevas relaciones con el continente americano y a una apreciación mucho mayor de nuestras posibilidades en la economía internacional por parte de todo el mundo.

Lo que necesitamos es un Gobierno que cuide y desarrolle estos activos, que tenga la sensibilidad suficiente para ver las nuevas posibilidades y que administre de manera sensata y no aventurera nuestra posición internacional explotando sus ventajas a fondo.

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