Enamorarse del riesgo
Las personas con inquietudes, capaces de concebir una idea y dedicar su vida a darle forma, a materializarla, conectando en ese camino con otros muchos individuos, ocupan un espacio destacado en la historia como agentes de cambio en la búsqueda de mejores opciones de vida. Bajando de plano, pero en el mismo horizonte, se encuentran quienes poseen la capacidad de emprender, utilizando instrumentos con significado propio, pero que armonizados, combinados inteligentemente, dan lugar a un producto final cuyo resultado es infinitamente superior a la suma de los valores individuales de los elementos utilizados. Constituye la tarea de emprender una profesión hermosa que sitúa al sujeto en el mundo de la creación, ya que al igual que en la obra del pintor participan los colores y el pincel, pero no lo explican, tampoco la disponibilidad de los medios necesarios es garantía para la culminación de un proyecto emprendedor.
El espíritu emprendedor de una sociedad la cualifica, estableciéndose una relación clara entre capacidad de emprender y desarrollo. Esta misma relación se encuentra dentro de la vida de las empresas, diferenciando a los más activos, en cuyo seno se ha implantado una cultura que favorece la búsqueda de nuevas opciones, de aquellos otros en los que predomina una cultura de aversión al riesgo. Como las empresas no son entes abstractos, con pensamiento autónomo diferente al de las personas, y más en particular de los directivos que las constituyen, habrá que observar el comportamiento de estos últimos para predecir el grado de dinamismo que va a caracterizar su desarrollo futuro. Abordar nuevas tareas en cualquiera de los campos que afectan al mundo de la empresa, comercial, productivo, financiero, internacional y de la organización se hará con mayor o menor énfasis en función del posicionamiento de sus directivos, respecto al binomio seguridad-riesgo.
Hay directivos que se sienten más cómodos apostando por la seguridad, temerosos de que cualquier modificación introduzca factores de riesgo con los que no están dispuestos a convivir. Una variante de este comportamiento es la de los directivos que sólo se posicionan a favor de sus propias propuestas, mientras que si provienen de otros colegas sólo estimulan su imaginación para elaborar una larga lista de razones justificadoras de los incalculables riesgos que se derivarían de su aceptación. En el extremo contrario se sitúan quienes siempre se encuentran incómodos con lo existente, cuando en muchos casos su aplicación es reciente, sin el tiempo necesario para testar su valía. Esta tipología la he encontrado con mayor frecuencia en el terreno organizacional, manifestando posiciones críticas al modelo, sin pararse a pensar en el modo en que se está gestionando. La seguridad absoluta no existe y quien quiera buscarla mejor haría en abandonar la gestión directiva, en la que, por definición, hay que optar por la búsqueda de opciones, en las que el riesgo constituye un integrante inevitable. Las mismas condiciones en las que se produce la actividad empresarial en nuestros días han modificado el entorno del riesgo, particularmente mediante el cambio del concepto espacio-tiempo, el constante progreso de las tecnologías y la creciente liberalización de los mercados. Los directivos tienen que estar más predispuestos que nunca a aceptar las dosis de riesgo que acompañan inseparablemente toda decisión de cambio. Esto no quiere decir que haya que enamorarse del riesgo, porque lo que de verdad estimula son los objetivos de mejora que se esperan obtener con las decisiones que se adoptan. El riesgo se asume como parte integrante de la tarea que se desea emprender. La capacidad para asumir riesgos no es mayor o menor en función de los conocimientos técnicos que se poseen, es decir, de la formación adquirida, sino que está relacionada con el modo de ser de cada persona.
'Hay directivos que se sienten más cómodos apostando por la seguridad, temerosos de las modificaciones'
Una vez más nos encontramos con la influencia determinante del máximo responsable de la dirección de una empresa en la trayectoria de la misma, lo que resulta enteramente lógico. No lo parece tanto, sin embargo, que sean las características personales las que influyan tan decisivamente, poniendo la empresa al servicio de la dirección y no, como sería lo correcto, a la inversa. El directivo, o los directivos, tienen aversión al riesgo o, por el contrario sienten el placer de atreverse; pues muy bien, pero ¿qué es lo que necesita la empresa? Porque sólo esto, lo que conduzca a la empresa por el camino del fortalecimiento y del desarrollo, es lo que debería hacerse. El riesgo siempre ha sido consustancial con la vida, pero acentúa su presencia en tiempos de cambio como los actuales, lo que provoca el incremento de las incertidumbres. Gestionar en tales condiciones reclama un perfil humano proclive a la asunción de riesgos, que incluso encuentra satisfacción en atreverse, frente a aquellos otros que se angustian ante el temor por lo desconocido.
Ex presidente de Mondragón Corporación Cooperativa