Nochevieja por todo lo alto
Es la más pagana de las noches navideñas. La noche de fiesta por excelencia en casi todos los rincones del mundo. Pero como el dios bifronte Janus (del que toma el nombre el mes de enero), una noche con dos caras. La que mira hacia el futuro, con esperanza, y la que echa la vista atrás, en algunos casos con alegría, por lo que se acaba, en otros, con nostalgia.
Es, de cualquier manera, noche de tacones y brillos, de descorchar botellas. Y aunque siempre hay almas hostiles al espíritu navideño, la mayoría se pliega al ambiente festivo que rodea el cambio de calendario. Si hace falta, con rituales incluidos. Ropa interior roja para el amor ideal, amarilla para la prosperidad y maletas en la puerta de casa para que sea un año de viajes, según cuentan los supersticiosos.
Ya los romanos invitaban a comer a sus amigos y se intercambiaban miel, higos y dátiles para empezar el año con un buen sabor de boca. Con este propósito, hoteles y restaurantes de todo el mundo se afanan para ofrecer a sus clientes los menús más exquisitos. Y para impedir que el ánimo se tiña de melancolía, que no falte la música. La mayoría une a su oferta gastronómica el clásico cotillón para que la velada sea más divertida.
Hoteles emblemáticos como el Palace o el Ritz, en Madrid, el Alfonso XIII, en Sevilla, Condes de Barcelona o el reinaugurado La Florida, en Barcelona, ofrecen música en vivo para prolongar el divertimiento hasta la madrugada. Se perdonan los excesos y el almibarado ambiente de Nochebuena y la Navidad da paso al bullicio, bien regado con vinos y champanes.
Ni siquiera el ritual más famoso, las doce uvas de la suerte, responde a motivo religioso alguno. Como ahora, también a principios de siglo los intereses económicos movieron el consumo.
En un esfuerzo desesperado de imaginación, los cosecheros españoles consiguieron en Nochevieja de 1909 dar salida al excedente de aquella temporada inventando el rito de tomar las uvas la última noche del año.
Uvas para todos, pero el caviar de beluga y otras exquisiteces elaboradas por los chef más prestigiosos sólo para los que estén dispuestos a gastarse en una cena 300 euros, el precio medio de los menús ofrecidos por los hoteles y restaurantes de lujo. Menús que compiten en originalidad y sofisticación y se convierten en los más caros del año.
Para los que prefieran cenar en casa, la mayoría de las discotecas ofrecen cotillón y música para bailar hasta que el cuerpo aguante. Bisú, Shabay o Gabbana son las más de moda en la capital. Y luego, cuando los pies duelen y desaparece el maquillaje, el clásico chocolate en la chocolatería San Ginés para preparar la resaca del día siguiente.
Los que terminen el año con ánimo vulnerable, que tengan cuidado. El contraste con tanto jolgorio puede ser duro.