_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nacionalismo económico

Las motivaciones económicas pesan en el ánimo de los ciudadanos catalanes que, según la autora, perciben que aportan mucho más de lo que reciben del Estado central, carecen de infraestructuras eficientes y desean lograr mayores cuotas de bienestar social

Esta semana comienza en Cataluña la tarea de un nuevo Govern que representa a todos los que durante los últimos años estaban en la oposición. Por primera vez, después de 23 años, se produce la alternancia que sin duda va a suponer un cambio incuestionable en el terreno político y también en las relaciones económicas. Porque no se puede dudar que la economía ha estado presente en la motivación de los votantes en los momentos clave de todo el proceso, es decir, en la campaña, en la compleja lectura de los resultados electorales y en la ardua discusión que ha llevado finalmente al acuerdo para gobernar.

Las motivaciones económicas pesan en el ánimo de los ciudadanos en muchos aspectos. En primer lugar, hay que tener en cuenta que en Cataluña la aspiración a tener más cuota de libertad tiene un importante contenido económico en la medida en que la percepción de la gran mayoría es que aportamos al conjunto del Estado mucho más de lo que recibimos, creemos que el déficit fiscal está provocando el estancamiento de nuestra actividad y, lo que es más grave, tenemos claros indicios de que en los últimos años la situación ha empeorado. Entendemos que hay un desequilibrio que hay que corregir, lo que no significa que no aceptemos una cuota de solidaridad, sino que queremos que ésta se apoye en un consenso claro y diáfano en el que podamos participar efectivamente.

Una segunda motivación, muy relacionada con la primera, tiene relación con la falta de infraestructuras eficientes porque gran parte de nuestra red viaria es de pago, en porcentaje muy superior al del resto de autonomías, la modernización de nuestra red ferroviaria marcha a muy baja velocidad, el abastecimiento de agua es un problema mal resuelto que causa gran crispación, la red de distribución eléctrica está al límite de su capacidad y nuestros aeropuertos no dan respuesta a nuestras necesidades. Todos ellos son aspectos que ahogan nuestras oportunidades de posicionamiento en el contexto económico europeo y mundial.

En tercer lugar hay que situar el deseo de lograr un mayor desarrollo de cuotas de bienestar social para lo que se precisan unos mejores servicios sanitarios, coartados posiblemente por una política de traspasos precipitada, una política real de ordenación de los procesos inmigratorios y de asentamiento de los nuevos habitantes, unos servicios sociales más profesionales y menos paternalistas, y la consolidación de todo el sistema educativo general y universitario. Aunque todos estos son temas sobre los que tenemos competencia plena y tienen un papel importante en el programa del nuevo Govern, hay que admitir que aún quedan muchas interferencias centralistas que resultan, como mínimo, incómodas.

Todos ellos son temas que tienen mucho que ver con nuestro engarce en el conjunto del territorio español, con lo que la exigencia de más autonomía y el deseo de lograr un nuevo Estatut no es sólo un sentimiento identitario, sino también una aspiración económica, que no se puede atribuir únicamente al voto titulado nacionalista. Aunque sea difícil encontrar la palabra exacta, puede decirse que la convicción catalanista autonomista tiene un alcance superior al que pueda deducirse de la lectura superficial de la adscripción partidista de los votos.

No hay que olvidar, por último, que la motivación económica es un claro factor de diferenciación entre el votante de derechas o el de izquierdas, en tanto que este último desea que la solución a todos estos problemas vaya acompañada de una distribución de la riqueza lo más equilibrada posible. En este sentido, no deja de ser significativa la reacción de los sectores que aún creen convencidamente que un Gobierno de izquierdas puede crear temor entre los empresarios. Es una idea que se utilizó durante la campaña y que ha vuelto a emerger el mismo día de la elección del nuevo president. A estas alturas resulta anacrónico pensar que la actividad empresarial o emprendedora sea patrimonio de la derecha y que la eficiencia y la buena gestión empresarial sean unas cualidades imposibles de ostentar por personas con una forma de pensar más progresista. No existe ningún tipo de evidencia empírica ni política ni económica que lo avale.

La resistencia al cambio es por tanto uno de los principales retos que va a tener que afrontar este nuevo Govern en el que una mayoría, nacida de las urnas y del pacto democrático y totalmente legítimo, hemos depositado nuestras esperanzas e ilusiones.

Archivado En

_
_